ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
Cuando el entonces Presidente de la República, quien personifica a la Nación, Alejandro Toledo Manrique, llegaba a Iquitos pernoctaba en el albergue que una cadena turística tenía en Zungarococha, a donde se podía llegar por tierra o por agua. El que iba a construir “el quinto piso de la economía” estable que había propiciado el régimen fujimorista llegaba por tierra, pero se pasaba de aguas. Los corresponsales de la prensa nacional comisionados para lograr las declaraciones del Presidente madrugábamos y nos instalábamos en la entrada del albergue, muy cerca a la quebrada. En las primeras horas del alba se suponía que Toledo aparecía en cualquier momento. Quien aparecía con nuevas botellas era el dueño del albergue, pues la dotación de “etiquetas negras” que consumía la comitiva presidencial siempre faltaba. Cerca del mediodía, los funcionarios y demás le esperaban en la ciudad desde muy temprano, aparecía el cholo con una cara de resaca, con una raída casaca y un tufo a lo “garganta de la lata”. Los corresponsales comprobábamos en cada visita que teníamos un Presidente que no sólo había establecido “la hora Cabana” sino que, mismo Boris Yeltsin, estaba alcoholizado por el poder.
Cuando el entonces Alejandro Toledo tenía una popularidad de un dígito muy cerca de los 5 puntos un sacerdote entraba a Palacio de Gobierno para estar en la más alta esfera del poder. Una de las razones, total somos una sociedad hipócrita, de esa baja popularidad era que el buen Alejandro no quería reconocer a su hija Zaraí, que había procreado con una señora llamada Lucrecia Orozco. A quienes pedían públicamente que “el cholo sano y sagrado” ponga el apellido Toledo a esa niña les caía de todo. Ponerse del lado de Lucrecia era pasar a la orilla de los insultados. Mientras Lucrecia exigía en todos los tonos y foros que el Presidente de la República cumpla con su deber aunque el beber era su divisa, la niña se ganaba la solidaridad de los peruanos. Acorralado por las evidencias, agazapado en la cumbre del poder y, soplando al viento cada vez que le pedían asumir una paternidad responsable, Toledo no tuvo más remedio que firmar como progenitor de la niña. Para dar un toque de religiosidad a esa firma, para poner la cara por la Iglesia Católica en esas circunstancias el beodo Toledo se hizo acompañar por un sacerdote de nombre Luis Bambarén, que en los años 60 se había erigido como “el cura de los pobres”. Bambarén, con cara de confesor, apareció en las fotos de la época, junto a Alejandro Toledo. No es que Bambaré había cumplido el papel de obligar al cholo para que acepte la paternidad sino quería dar a la obligatoridad un aire de santidad.
En Iquitos, ya terminado el gobierno de Alberto Fujimori y sellada la paz con Ecuador, los políticos de turno y los inquilinos de lo que se llamaba por esos tiempos CORDELOR se empeñaban en dar atenciones al nuevo Presidente de la República. Con un mayor en retiro de la Policía Nacional del Perú a la cabeza, llamado Fidel Torres, seguían la comitiva presidencial por todas partes. Hay videos y fotos donde el nacido en Cabana es casi obligado a ponerse la casaquilla alba de CNI como para esconder los oscuros propósitos de quienes coreaban su nombre. Los luchadores sociales, autodenominados así, se convirtieron en seguidores insaciables. Dirigentes revoltosos que habían luchado “contra la dictadura” mostraban su armadura y pugnaban por un puesto ya sea elegido por el pueblo o de confianza. Eran los tiempos en que los creadores de esa linda frase “la conciencia rebelde de la patria” se daban la posibilidad de hablar de decencia de los demás. Los políticos regionalistas dejaban de lado su rebeldía y se rendían disciplinadamente a los placeres del efímero poder.
Muchos años después, frente a otros pelotones de fusilamiento, los personajes nacionales y regionales de la política, de la curia, de castrenses, no quieren recordar aquellos tiempos en que tenían a Alejandro Toledo como personaje idílico a pesar de ser un etílico. Claro, Toledo ya está en bajada y su presencia y militancia es mejor que sea negada. Son los varios momentos que nos manda la política o la condición humana que llama sanos a los no sagrados.