Rossana Loyola Vásquez, Chany. Disculpe, usted. Pero, aparte de los brindis copiosos y los buenos deseos protocolares, en los días previos a la celebración que -seguro vendrá- me asaltaba una interrogante: ¿qué puedo regalarle a la sobrina que provoca en mi los más lindos sentimientos cada vez que la veo como toda una emprendedora? Joder, Jaime, me dije, regálale lo que dices -según tú- mejor sabes hacer: un artículo.
Comienzo con una confesión: yo quiero que mi hija sea como ella. Sigo con una aseveración: que sea librepensadora, que abra los brazos y que empiece a volar, sabiendo que si desciende siempre tendrá a una persona que detenga su caída. Que sea auténtica, que diga al pan pan y al vino vino. Que los malos momentos -que nunca faltan- sean una fortaleza. Que siga cultivando las amistades auténticas donde Hellen Yessenia y Gaby ocupan un pedestal. Puedo escribir las palabras más lindas esta noche, recordando al poeta y recordando a ella.
Es -tiempo presente, siempre- la primera sobrina en primer grado que me mandó el mundo. Su llegada nos llenó de emoción y curiosidad. Porque, sabrán, que en una familia con tantos hermanos que venga la mujer desde el vientre de la primera de las mujeres es un parto que se espera. Y ella llegó en el mes de la familia. El día de la familia. Enero es el que más cumpleaños acumula en los Vásquez Valcárcel. Y el 20 se recuerda como el día en que Julia Judith -la abuela- juró amor eterno a Carlos Toribio -el abuelo- allá en el Alto Marañón. Así que el arribo de ella, aún habiéndose producido en Lima, fue celebrado por todo lo alto en la capital loretana. Cuando la vi por primera vez en la habitación de la Clínica San Borja ya estaba en los brazos de mamá Naty y papá Armando llegaba junto con un ramo de flores que la recién alumbrada agradecía con una mezcla de autofelicitación y complacencia.
No cumplía el mes de nacida y ya tenía que volar a Pucallpa, la tierra donde sus padres radicaban. Siempre me asalta la idea que ese viaje prematuro fue el preludio de los que ha tenido en la vida y los que aún le falta emprender. Sus primeros años transcurrieron en la tierra colorada pero no pasaba un año y ya estaba por cualquier razón alegrando la vida de los abuelos y los tíos en Iquitos. Eran los tiempos en que los hermanos nos reuníamos en torno a ella y la hacíamos bailar, cantar en todos los ritmos. Hasta que explotábamos en carcajadas por sus ocurrencias y, también, sus rabietas. Pero, claro, todos celebrábamos. Le tocó ir al Cusco y sus abuelos la siguieron hasta la ciudad imperial. Y gozaron de ella. Por esas cosas del destino tuvo que hacer maletas e instalarse en Iquitos donde, paradójicamente, junto con la alegría de tenerla cerca comenzaría uno de los períodos más tristes y terribles de su existencia: tuvo que enfrentar y afrontar toda la caída del mundo cuando a su padre le detectaron una enfermedad que lo llevaría a la tumba. Esos meses -que no hacían más de doce- fueron posteriores a los quince años que los celebró con la austeridad maravillosa con la que siempre ha sabido llevar la vida. Yo la veía sufrir con estoicismo y pocos días después del entierro de su padre, Rocío Kassay me confío que en la soledad del velorio le había preguntado como inquiriendo al cielo: “¿Por qué tiene que pasarme esto a mi, porque nos deja mi papá, tía?”. Y en verdad que el papá la dejó pero nunca se apartó de ella. Luego de esos días terribles, emprendió lo que sería una vida universitaria que venía acompañada de responsabilidades que una chica de su edad fácil hubiera esquivado. Pero ella las enfrentó con la solvencia de aquellas que saben cuál es el camino, la verdad y la vida. Siempre bajo la atenta mirada de su madre terminó los estudios y hoy todos sus parientes podemos decir que está en su mejor momento. Y de hecho que vendrán mejores. Tienen que ser mejores.
Creo que los últimos doce meses ha vivido como le gustaría mantenerse el resto de sus días: viajando y gozando y bailando y saboreando. Todos los gerundios juntos. Todos. Ha emprendido una empresa en sociedad que le va de maravillas. Ha viajado con más frecuencia que de costumbre. Ha cruzado el charco para dar rienda suelta a sus sentimientos. Ha hecho que otro cruce el mismo charco para comprobar que el amor es recíproco en todo, en todo. Ha cogido sus maletas las veces que le ha dado la gana de recibir el abrazo irremplazable de su madre. La he visto sonreír con más frecuencia que en otras épocas de su vida. Esto sería en varias frases el resumen del año previo a la celebración de las tres décadas que han pasado desde que nos alegró con su llegada. Porque si queremos ampliar esos detalles, también se puede.
Rossana Loyola Vásquez, Chany. Disculpe, usted. Pero, aparte de los brindis copiosos y los buenos deseos protocolares, en los días previos a la celebración que -seguro vendrá- me asaltaba una interrogante: ¿qué puedo regalarle a la sobrina que provoca en mi los más lindos sentimientos cada vez que la veo como toda una emprendedora? Joder, Jaime, me dije, regálale lo que dices -según tú- mejor sabes hacer: un artículo. Y así, luego de tanta dudas y murmuraciones, me encuentro dando algunos retoques a estas palabras que no intentan ser más que un homenaje a una mujer que se merece todas las buenas vibras del mundo. Una mujer que -no es fácil lograrlo, ¿sabes?- es el orgullo de los que la amamos. Y así, como quien no quiere la cosa, siento que en esta mesa de la Trujillo -donde tantas veces comimos y loreamos juntos- está presente papá Armando y el abuelo Carlos y son quienes mueven mis dedos para que fluya todo como tú lo deseas. Y veo a papá Armando abrazándote y a pesar que se ausentó nunca te abandonó. Y veo a mamá Naty protegiéndote de los malos espíritus que nunca faltan y llamando a los buenos espíritus que siempre sobran para que -donde estés- siempre hagas lo que sientas que es la felicidad, que esa felicidad es también de nosotros. Los que a lo largo de los años hemos sabido amarte. Y porque, siendo la sobrina primigenia, no me saco de la cabeza aquello que si algún camino deseo para mi hija es el que tú has emprendido por este mundo. Salud por usted, por los que se han ido y siempre están, por los que están y nunca se irán. Salud señorita del alma, porque la melancolía de visibilizar tus primeros pasos me envuelve en más melancolía y porque en todas estas celebraciones nos daremos tiempo para cerrar los ojos y saber que brindamos con papá Armando, el abuelo Carlos y que nos protegerán por los siglos de los siglos.