Chachi Sanseviero o, como bien lo recordó Mirko Lauer, Brunilda Koffler, ha muerto. Y, como no podía ser de otra forma, algunos columnistas le han dedicado líneas que, como bien enseñó sin proponérselo Jorge Luis Borges, no han cambiado el aporte y don de gente de ella sino que la han reafirmado. Aunque, para mi gusto, lindo hubiera sido que ella los leyera antes de fallecer. Seguro que la hubiera agradado, seguro. Yo conocí con brevedad a Chachi y me bastaron pocos segundos para concluir que, como con otras tantas personas, me invada el pensamiento: “es de aquellas que no deben morir”. Aquí transcribo párrafos dedicados a ella. Un homenaje a su trabajo de difusión del pensamiento en un país donde no es frecuente ni lo uno ni lo otro, es decir ni el pensamiento ni quienes la difunden.

Augusto Álvarez: “En Dasso o Bolognesi, la constante era Chachi, a quien siempre visitaba para tomar un café, conversar de política, de mi columna que  siempre leía y criticaba, para rajar y conspirar, algo que a ella le encantaba. Cuando en 2009 apareció un libro de Abimael Guzmán y el gobierno de Alan García amenazó con decomisarlo, ella me guardó un ejemplar que me entregó en la parte de atrás de la librería, donde había escondido todo el paquete, con la dedicatoria: A mi amigo Augusto, aliados en el delito conspirativo. El Virrey no fue solo la gran librería. Fue el lugar de encuentro con una gran mujer que vino de Uruguay y que tuvo tantos problemas para nacionalizarse, quizá porque la burocracia –sin siquiera darse cuenta– sabía que un papel para demostrarlo era totalmente innecesario. Chau querida Chachi”.

Mijail Garrido: “Si vieras mi casa llena de libros –como tu oficinita en donde nos escondíamos a fumar tabaco negro Gitanes francés–, creo que te verías aquí sentada. Hablándome de por qué Trotsky no fue, explicándome qué quería decir Vallejo en Trilce, mandándome a leer los Tristes de Ovidio. Y queriéndome. Abrazándome cuando me sentía demasiado solo y me escapaba a tu mundo maravilloso de libros que huelen a mi vida, a ti y a tu café demasiado cargado. Me enseñaste a leer, a conversar y a escribir. Me sentaste a escucharte hablar de poesía con Mario Montalbetti antes de que yo sepa quién era. Y a escucharte discutir con Ampuero, Tola y Szyszlo. No sé cómo hiciste que a los 15 años termine conversando con Chomsky. Me enseñaste a saber quién soy. Pero me enseñaste la que quizá fue la lección más importante de mi vida: si lees, nunca estás solo. Chau, vieja renegona. Te quiero como tú sabes.

Mirko Lauer escribió: “Tuvo pocas oportunidades de demostrarlo, pero en sus breves textos de ocasión o para fijar posiciones (siempre tajantes) se traslucía que el periodismo estaba perdiendo una prosista notable. La palabra escrita controlaba sus pasiones como no siempre podía serlo la hablada. Chachi podía ser una polemista con un abismo al final de muchas de sus argumentaciones. Polémica y todo, Chachi vivió rodeada del afecto de numerosos amigos, ordenados en círculos concéntricos de familiaridad, buscando su conversación, su simpatía y su empatía. Quizás el último esfuerzo social en su enfermedad fue seguir asistiendo al desayuno sabatino flotante con sus amigos progres. La librería que ella construyó junto con su familia tomó la posta en la dedicación a los libros peruanos. En esto, guardando las distancias en volumen comercial, El virrey ha sido la continuadora de la línea librera peruanista de Studium, conducida por Andrés Carbone. Una librería que aspiraba a ser una biblioteca, no solo una boutique de libros”.