ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
La única que se ha comprado el pleito de manutención con un convenio de cinco años es la Universidad Científica del Perú, cuyo rector Juan Saldaña ha decidido entregar 3 mil soles mensuales para pagar a los empleados que laboran en el edificio del Malecón Tarapacá.
El tiempo arrasa con todo. Una de las instituciones culturales más prestigiosas e importantes de la Amazonía, el Ceta, ha entrado en una fase terminal. Después de varios años de funcionamiento, después de contribuir a las manifestaciones artísticas y culturales, después de tener una presencia visible y rotunda, dicha entidad llega a su fin. En el camino ha ido perdiendo sus hallazgos y sus logros. El fin entonces se veía venir y ahora solo queda acabar de desmontar lo que tanto esfuerzo costó. Entonces se hará un forado en la ciudad, en la región. Habrá, a partir de la hora final, un vacío visible e evidente que será muy difícil de llenar. Pese a su fin, a su disolución, el Ceta quedará en nuestra historia como un intento serio de contribuir al desarrollo cultural.
“Nos puede crear un problema con el Obispo”, exclama Schindler con un rostro que -a pesar de haber compartido diversas reuniones con ella por muchos años- transmite malestar y preocupación, combinación que nunca la vi. Después nos referiremos a las palabras de Reátegui, por ahora interesa qué pasará con el CETA.
Joaquín García Sánchez, todavía director del Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía, me recibe en su oficina de la calle Putumayo junto a Alejandra Schindler, ahora convertida en liquidadora de la institución donde ambos laboraron por 44 años ininterrumpidos. Entre bromas y confesiones mutuas le lanzó la pregunta: ¿El lío del CETA con el Vicariato Apostólico de Iquitos es parecido al de la Pontificia Universidad Católica del Perú contra el cardenal Juan Luis Cipriani? Me responde que no. De ninguna manera. Se le nota indignado ante lo escrito por Martín Reátegui Bartra sobre el CETA. Pero más indignada está Alejandra.
“Nos puede crear un problema con el Obispo”, exclama Schindler con un rostro que -a pesar de haber compartido diversas reuniones con ella por muchos años- transmite malestar y preocupación, combinación que nunca la vi. Después nos referiremos a las palabras de Reátegui, por ahora interesa qué pasará con el CETA. Casi nada, creo. Ese organismo que fundó García Sánchez en 1972 en mutuo acuerdo con el entonces obispo Gabino Peral de la Torre, seguirá en los siguientes meses como lo ha estado hace por lo menos cinco años: administrando su pobreza en proyectos como consecuencia de la escasez de financiamiento.
En los últimos años, paulatinamente, el CETA ha ido cerrando total y parcialmente todo lo que le ha dado el prestigio del que aún goza. La Biblioteca Amazónica primero cerró todas sus puertas, después las abrió con cierta discriminación y actualmente abre vespertinamente tres insuficientes horas diarias que llega a matar cualquier intento de investigación oriunda y foránea. Con el asentimiento de Joaquín García, la señorita Schindler, explica que no hay otra forma de mantenerla sino es con la colaboración económica de otras instituciones. La única que se ha comprado el pleito de manutención con un convenio de cinco años es la Universidad Científica del Perú, cuyo rector Juan Saldaña ha decidido entregar 3 mil soles mensuales para pagar a los empleados que laboran en el edificio del Malecón Tarapacá.
Para que tengamos una idea de la orfandad en que tiene que supervivir cualquier proyecto cultural en Iquitos, la misma Alejandra confiesa que una jubilada, octogenaria ya, dona mensualmente parte de su sueldo para el pago del servicio telefónico. El Centro Cultural Yrapay -infraestructura recibida como donación- hace varios años que dejó de realizar lo que originariamente se pensó: instruir a niños y adolescentes en diversas artes. Abandonada casi a su suerte, ha tenido que ceder espacios a arrendatarios que nada tienen que ver con sus propósitos. Eso, lejos de ser una deficiencia, lo veo como la muestra de la indiferencia de todos ante los proyectos culturales. Ahí está Yrapay, resplandeciente antes y hoy muriendo en el intento.
Hay otros proyectos menos físicos, digamos. Pero de vital importancia para el espíritu del CETA. Mención aparte merecerá en algún momento el semanario “Kanatari”, cerrado por una decisión al borde de la desesperación de la propia Alejandra. Monumenta Amazónica, Shupihui, Omagua, Festival del Libro, Concurso Navideño y más. Todos han ido desapareciendo porque no tenían financiamiento. Porque, el CETA, nos refresca en el rostro o nos da una cachetada con el siguiente axioma: ningún proyecto se hace únicamente con voluntarismo sino con plata. Y eso lo sabemos bien los laicos, ateos y curas de Iquitos y de todas partes del mundo.
Tampoco es para desesperarse. Nada estará peor. Los estatutos del CETA establecen que ante la disolución todo pasa al Vicariato Apostólico de Iquitos, quien verá cómo administra el legado. Y el representante actual del Vicariato es Monseñor Miguel Olaortua Laspra, a quien Martín Reátegui en estos tiempos de revoltosos y revolucionarios del post, ha tratado de una manera que jamás trataría a Joaquín García. Martín, díscolo y creyendo que juntarse a Joaquín le asegura presencia eterna en un cielo que ni él cree sigue haciendo lo de siempre. He leído ese escrito y tiene el tufillo de todos los escritos de Reátegui: belicoso para los desconocidos y complaciente para sus allegados. La historia no se puede escribir así. Un post, lamentablemente, sí. Esto es lo que escribió: “¿qué pasa con el CETA? muy sencillo, la iglesia católica de Loreto no tiene capacidad de asumirla, pues uno de los pocos sacerdotes progresistas es Joaquín, con algunas excepciones, los otros solo están pensando en la Misa. El obispo de Iquitos es un fascista que no le interesa más que lamer el Crismón del Vaticano. Ya nada se puede hacer con el CETA, pero si se puede convocar para una muestra de solidaridad con Joaquín García y defender la BIBLIOTECA AMAZÓNICA, el peligro es que el obispo fascista le entregue a una universidad privada o al municipio, que sea Joaquin quien defina quien continúa con la biblioteca y no el OBISPO”.
Esta oda malescrita a lo que tanto daño -la personalización de los proyectos y la sumisión impertinente- ha hecho al progreso de la ciudad y la Amazonía tiene la autoría de un “progre” de estantería. Según el propio Joaquín el Vicariato podrá utilizar el logo del CETA y será esta entidad la que defina la política a seguir. Si tanto se invoca a Dios, ¿no sería mejor pedirle que ilumine a Olaortua Laspra para que se reactive Kanatari, Biblioteca Amazónica, Yrapay y todos los festivales que tantas alegrías y conocimiento han dado a los ciudadanos de Iquitos? Sólo el tiempo dirá si con la nueva administración vicarial el CETA renació o falleció. El velorio no creo que se acerque.
He tratado de ubicar al Obispo de Iquitos para esta crónica, pero luego de pasar unas vacaciones en España, se encuentra en Lima en reuniones de la Conferencia Episcopal que impiden cualquier consulta. Llegará este fin de semana y, como en otras ocasiones, seguro recibirá a quienes incluso se resisten a escucharlo. Es tal la falta de información sobre el CETA que hasta Alejandra Schindler con Joaquín García están sorprendidos de las reacciones. “Si todos lo que dicen solidarizarse y apoyar la causa del CETA lo hubieran hecho en su momento no estaríamos pasando estas dificultades”, dice ella. Y es verdad, hay quienes han recibido más del CETA de lo que están dispuestos a dar. Me cuento entre ellos y me atrevo a incluir en esa lista a Martín Reátegui.
Lo escrito por él no me sorprende. Sí las reacciones. Porque después de leerlos se puede hacer un tratado de la hipocresía y la frase hueca que inunda las redes. He buscado al director del Colegio San Agustín, Antonio Lozán Pun Lay, quien además de ser uno de los sacerdotes más jóvenes y pertenecer a ese minúsculo grupo de “curas charapas”, ha sido discípulo del padre Maurilio Bernardo Paniagua. Cuando Toño llegó a predicar en Iquitos venía con el ímpetu agustiniano y actualmente es el Superior de los Agustinos. No tiene ningún cargo en el Vicariato Apostólico de Iquitos pero conoce los avatares de la labor del CETA. Me refiere que habrá que esperar la llegada del Obispo y saber qué piensa hacer con una institución que no pertenecía a los Agustinos pero que la población la percibía como tal. Después de escuchar al integrante de la promoción 1987 del colegio agustino es inevitable recordar la práctica de Maurilio en su apuesta por los jóvenes.
Ya sentado en el ordenador y centrado en la situación del CETA, consultando a diversas personas llego a la conclusión que la disolución se venía venir. Y de alguna forma Joaquín García Sánchez, sino la promovió al menos quiso que sea así. Si algo se percibe de todo esto es que no se ha institucionalizado el CETA y quienes debieron hacerlo no tenían esa prioridad ni ayer ni hoy. Todo lo que giraba en torno al CETA ha ido desapareciendo. Todos nos dábamos cuenta pero andábamos en nuestras propias cuestiones. No era nuestra prioridad. Ahora que todo está consumado sale por ahí un despistado a convocar una muestra de “solidaridad con Joaquín García en el intento de defender la Biblioteca Amazónica”. Joaquín García ha recibido varios reconocimientos y gestos de solidaridad durante toda su permanencia en Iquitos. Todos ellos muy merecidos, por el trabajo que ha desarrollado. No necesita de magnificaciones. El mayor reconocimiento que podemos hacer al trabajo de ese cura agustino que llegó en febrero de 1968 a Iquitos y se quedó para siempre, es iniciar la institucionalidad de los proyectos emprendidos de tal forma que “las personas pasen, las instituciones queden”. CETA está disuelta, inevitablemente, pero no se necesita de una revuelta para que sea lo que siempre la motivó: evangelizar acompañando al pueblo en sus manifestaciones culturales.