ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

El poeta César Arias Ochoa, quien además de publicar libros fue director del Instituto Nacional de Cultura, hoy Dirección Desconcentrada de Cultura de Loreto, tiene especial aprecio a su poemario “La casa sin puerta”. Sin embargo “Neblinas” provoca cariño desde la presentación y a lo largo de sus 34 páginas de esa edición impresa en los talleres de la imprenta del Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía (CETA). Primera conclusión: las imprentas pueden desaparecer, los libros no.

Entre libros desordenados y codificados artesanalmente destaca en una de las salas de la Biblioteca Virtual “Joaquín García Sánchez” esa edición de 1982. “Decía mi viejo amigo Oscar Wilde (tan viejo y tan amigo que no llegué a conocerlo nunca) que los críticos literarios son como los eunucos: Saben cómo se hace, pero no tienen con qué. Aunque está demás decirlo, yo no poseo la fortuna de ser crítico. Y estas palabras, por ello ni analizarán los versos de César A. Arias Ochoa, ni deseccionarán sus aciertos, ni compadecerán sus declives. Son, simplemente, el agradecimiento a un amigo (que sabe cómo se hace y además, tiene con qué), la adhesión a un colega más joven, que también ha elegido el empinado camino jubiloso y sin término de la creación. Saludo con alegría las páginas que siguen, unas más que otras y que siguen ya por su cuenta, andando y conversando con el tiempo. Y como decía INO MOXO: Esto que no es nada, es todo”. César Calvo.

En “Neblinas” encuentras un poema dedicado a José María Arroyo donde se juega con las palabras, juego que tanto le gustaba a ese cura agustino, cuyo talento y sinceridad son cosa del pasado y no frecuentes entre los que le sucedieron en la actividad pastoral y académica. Arroyo, inmortal no sólo por ese poema de César Arias Ochoa no se hacía de rogar para explicar la diferencia entre “hoy” y “ahora”, no se hacía paltas para insistir que mucho mejor es usar la palabra “agua” que la frase “líquido elemento” o mejor escribir “país pobre” que “país en vía de desarrollo”. Reencontrar ese poema al padre Arroyo me ha hecho recordar y añorar su vozarrón, su gentileza y franqueza. Ya sólo por eso hay que agradecer a César Arias, digo.

“Manuel Morales quería ir al
Brasil
y no tenía tiempo.”

Se lee en el poema “Lejos de Evanice M. Sinori” que fue “escrito con Manuel Morales, no conocía de “Entrecasas”, al tambor ni a Evanice, era tan joven por el setentitantos”. Seguro que la parte de Manuel es:

“Quiero beber mi infancia
entre garabatos
y palotes.
Beber mi juventud,
de la mano
de lánguidas cabelleras,
que un día
defenestró la noche”.


César Arias le tiene singular cariño a “La casa sin puerta” porque es el más conocido y el que le ha dado mayores satisfacciones, seguramente. Tiene el prólogo de Róger Rumrrill y en el que se incluye el poema de Javier Dávila Durand, “Reclamo para César Arias”, donde el entonces director de la revista “Proceso” comienza con esta frase inmortal: “Una casa sin puerta es nuestra Amazonía, César Arias”. Como si todo ello fuera poco la carátula e ilustraciones son de Maximino Cerezo Barredo, quien muchos años después pintó los murales de la Iglesia de San Juan y de la Biblioteca Amazónica de Iquitos. Con todos esos detalles es comprensible que César Arias le tenga especial aprecio a su segundo libro. Pero que no pierda de vista “Neblinas” porque una mañana cualquiera en la biblioteca ese poemario me jaló la vista y provocó ciertos recuerdos que los comparto con ustedes para reafirmar que siempre los libros quedan y el mejor lugar para ellos es la biblioteca que, lastimosamente, está semiabandonada.