La izquierda: sólo un sentimiento

Yo también soy de izquierda cuando salgo de la iglesia luego de la misa del padre Theo y cuando reparto números de tómbola a las esperanzas de las mujeres desdentadas provenientes del Cuzco y de Puno que acuden a la parroquia esperando que Dios se apiade de ellas, ganen un buen objeto con ese número que cuesta 0.50 céntimos.

La izquierda se ha convertido desde hace un huevo de años en sólo un sentimiento y no una doctrina o corriente política que es abrazada por dilectos jóvenes y adultos que se aferran a una ideología con la intención de alcanzar un cachito de la tremebunda frase “Justicia Social” mediante la toma del poder. La izquierda sólo es, ahora, escuchar al antaño Silvio Rodríguez, Atahualpa, Víctor Jara, asistir de vez en cuando a una protesta para que nuestros hijos sepan que estamos preocupados por el mundo o hablar de las distancias sociales y combatirlas sólo en reuniones sociales para caer más simpático ante las mujeres.

La izquierda sólo es un sentimiento y ya no una militancia. Por eso decir en estos tiempos que pertenecemos a la izquierda a la luz de una serie de variables que tienen que ver con el crecimiento económico y social, es más un lírico mensaje que sólo tiene como objetivo limpiar nuestras almas ante el letal purgatorio de la política. Por eso, escuchar decir, por ejemplo a Dionisio Romero, dueño (ex) del grupo Crédito considerarse de izquierda y a uno de los más ilustres loobystas de empresas energéticas como Pablo Kuzsinsky acercarse a la izquierda para tener un espacio en la política, hace pensar aún más que, de ahora en adelante, todo el mundo tendrá que autoproclamarse de izquierda para esconder –muchas veces-  el fondo de su ambición personal o política.

Ya ni el Sutep o la CGTP son de izquierda aunque se digan seguidores de Marx o Mariátegui. En la mayoría de casos existen en estos grupos oportunistas laborales que abrazan la doctrina para intentar salir de su estado actual, y los que la dirigen, los atienden y los asisten resignados en sus discursos anti imperialistas que no cala en su público. Ya ni el APRA es de izquierda pues Andrés Towsend se retiró de la estrella (presagiando) mucho antes que su partido se consolidara a la diestra del señor padre.

La última vez que escuché hablar de “los valores” de izquierda con un gran sentido y profundidad fue a Raúl, (el esposo de mi madre) pero estaba entre tragos. Lástima que al día siguiente tuvo que volver a ser parte del gran sistema económico que, por inmenso se ha vuelto invisible y no nos hace ver ni sentir lo que respiramos día a día y de forma inexorable. Por eso y por mucho más en Brasil todos los candidatos son de izquierda y la radical y no pasa nada, porque en el fondo ellos son también un sentimiento y no un programa, aunque haya más reparto de la economía y la clase media haya crecido espectacularmente. Mientras tengan el acicate del sistema en todas partes, no pasa de ser un discurso. Y está bien por un lado porque así al menos se debaten ligeramente los problemas reales de nuestras sociedades. Se debaten aunque no se los ataque con la firmeza de ser de izquierda o de derecha bien entendida.

Yo también soy de izquierda cuando salgo de la iglesia luego de la misa del padre Theo y cuando reparto números de tómbola a las esperanzas de las mujeres desdentadas provenientes del Cuzco y de Puno que acuden a la parroquia esperando que Dios se apiade de ellas, ganen un buen objeto con ese número que cuesta 0.50 céntimos. Soy de izquierda para explicarle infantilmente la historia de las cosas en nuestro país a mi hijo que intenta repartir todo lo que tiene en la mano cada vez que le alcanzan otra mano en limosna, y soy de izquierda -la radical- cuando algunos alumnos no entienden la actitud inexplicable en el siglo XIX de Rufino Echenique, de Mariano Ignacio Prado y hasta de Andrés Avelino Cáceres.

Porque la izquierda es sólo eso, un sentimiento que se está poniendo  de moda  en el Perú y que, como toda moda, a veces se verá exagerada, reluciente y maquillada pero bien en el fondo esconderá un cuerpo acostumbrado a vestir en olor añejo y midiendo todo lo que hace, dice o respira en función al (maldito–bendito) dinero.

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