Caucho Infernal
Los crímenes del Putumayo tuvieron un impacto en la sociedad de su tiempo, pero atenuada, sujeta incluso a la duda. Muchos empresarios trabajaron bajo el sistema extractivo del caucho, materias primas preciadas por la industria mundial de aquel entonces, a partir de la sistemática esclavitud, degradación y, en algunos casos, grave afectación a la integridad física de miles. Se calcula en más de 30 mil los exterminados, entre ellos pobladores huitotos y ocaínas, usados como mano de obra barata y descartable en zonas como El Encanto y La Chorrera, en el Putumayo.
En medio de esta recopilación del espanto, emergen quienes buscaron obsesivamente adentrarse en la espesa maraña para extraer la realidad pura y dura. No lo fue fácil, sobre todo por una actitud casi colectiva que, por un lado, intentaba negar lo innegable; y por el otro buscaba por todos los medios adquirir impunidad.
La figura de Casement ha adquirido particular actualidad en nuestros tiempos debido a El Sueño del Celta. Pero también están el juez Carlos Valcárcel, quien tuvo a su cargo la lucha judicial en medio de la corrupción y la difamación. Y también Benjamín Saldaña, quien murió en Cerro de Pasco, luego de estar huyendo por cinco años de la persecución y el descrédito exacerbado por los barones caucheros.
Gente buscando justicia en medio de un mar de gente sin intención de buscar nada.
¿Valieron la pena tantas muertes en nombre del progreso? Aquella fue una pregunta que me hizo un alumno del Colegio Nacional de Iquitos durante la presentación del libro Época del caucho, imágenes del horror, captadas por Silvino Santos, colaborador de Arana, en la primera década del siglo XX.
Miro la ciudad deteriorada y en medio de ella, los viejos testimonios del esplendor cauchero y pienso en aquel tiempo sin justicia, donde la ley de la selva reinaba de la mano de la barbarie, pero se presumía de la casa de Eiffel, los jabones de Europa, el tranvía.
Miro los furores de los ancianos de apellidos tradicionales esperando el segundo retorno de la pequeña Lisboa, con sus azulejos mirando al Amazonas (o al Nanay, da igual).
Es difícil concebir la vida de una ciudad joven y armada a punta de llegadas y retornos, sin la presencia de una persona como Arana.
Pero esta ciudad también quiere borrarlo de su disco duro.
(Eterno resplandor de una mente sin recuerdos)
A veces la ciudad quiere pero no quiere mirar atrás. Le duele la sangre derramada de los inocentes. A veces exuda furia. A veces, no deja de sentir resentimiento.
A veces, el tesoro maldito perdido en la espesa llanura de ruido y cemento se convierte en grito profundo de la tierra, esa que ahogó la vida de miles de hombres y mujeres, diferentes pero iguales, antaño desarraigados, hoy ciudadanos de segunda categoría, y le acusa sin misericordia desde el Infierno Verde.
(Extracto de un capítulo de Pop, mi próximo libro, de aparición inminente)
El progreso y desarrollo de Iquitos en la época del caucho, solo se reflejaba en las importaciones de Europa, la casa de fierro y las grandes casas de los caucheros, pero la ciudad no tuvo el desarrollo que debió tenerlo, permaneció igual siempre, precisamente en el Sueño del Celta, hay un comentario del Cónsul ingles a Casement «…Vivir tantos años en la Amazonia me ha vuelto escéptico sobre la idea de progreso. En Iquitos, uno termina por no creer en nada de eso. Sobre todo, en que algún día la justicia vaya a hacer retroceder a la injusticia…». Si ello lo trasladamos a la actualidad, nos fijaremos, que mucho no ha cambiado y, eso que han pasado mas de cien años
Será que las historias de Tunchis son en realidad todas aquellas almas que siguen en pena buscando justicia? Ah! Material para otra peli…
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