Por: Moisés Panduro Coral

Comentando los resultados de las elecciones municipales y regionales últimas, especialmente aquellos obtenidos por el Partido Aprista en ciudades como Trujillo o regiones como La Libertad, lugares emblemáticos y baluartes políticos tradicionales para el aprismo, un compañero nuestro decía que para él son una “catástrofe electoral” que no nos deja en buen pié para futuros procesos eleccionarios. Si le miramos desde lo inmediato, desde el dolor reciente de una derrota que hay que asumirla con hombría, probablemente pensemos lo mismo que el susodicho compañero.

Pienso, sin embargo, que sin dejar de reconocer el ramalazo, la desazón y la congoja que causa perder una elección, más allá del encomiable y victorioso segundo lugar obtenido por Enrique Cornejo en una plaza electoral difícil como es Lima, los apristas -hoy más que nunca- necesitamos retomar esa actitud de resistencia y persistencia militante que está plenamente expresada por Haya de la Torre cuando resalta que nuestra misión es llegar a la conciencia del pueblo, el verdadero poder al que todo político honesto y que busca la trascendencia, debe aspirar. “El camino al poder se compra con oro o se conquista con fusiles, pero a la conciencia del pueblo se llega como hemos llegado nosotros: con la luz de una doctrina, con el profundo amor de una causa de justicia, con el ejemplo glorioso del sacrificio”, dice Haya de la Torre en uno de sus más hermosos discursos.

¿Significa esto que debemos encerrarnos como ermitaños de una secta conjurando las bacterias de la corrupción? No, por que la asepsia política no existe, lo que requerimos en todo caso son mejores controles y sanciones para evitar que el Partido albergue o tolere pillos en su seno.  ¿Significa que renunciamos a participar y ganar elecciones o al ejercicio del poder? Nada más errado, al contrario, afirmar nuestros principios, consolidar nuestras convicciones, recubrirnos orgullosos con la bandera de nuestros ideales que son los mismos por los que miles de mártires entregaron sus vidas a cambio de nada, darle una revisión a nuestras estrategias de lucha política para ser más eficaces electoralmente y ser más abiertos a la concertación, impulsar la renovación generacional respetando y siguiendo las huellas de las ejemplares biografías de las que somos herederos, significa blindarnos contra la avitaminosis ideológica que caracteriza a la sociedad actual  y significa comprar un seguro de supervivencia partidaria por los próximos decenios, por encima de cualquier circunstancial revés electoral.

No hace mucho, el “Tata” Martino, recientemente nominado entrenador de la selección argentina de fútbol, ex entrenador de Paraguay que llegó a cuartos de final en Sudáfrica 2010 y del Barcelona, uno de los equipos más exitosos del planeta, dijo algo que debe motivar a reflexión a la hora de enfrentar un fracaso: “Siempre que hay una derrota el siguiente partido es una oportunidad para reivindicarse».  Exactamente eso es lo que creo debe ser uno de los atributos que nos diferencien nítidamente de esos partidos-empresa, partidos-familia o partidos-negocio que han ganado elecciones en Trujillo, en Lima, en Junín o en Loreto. Mientras ellos ven una victoria electoral como un saldo en harto azul de su inversión monetaria, nosotros debemos considerar una victoria como una situación favorable para acercarnos más a la construcción del ideal de una sociedad más libre, culta y plena de justicia. Mientras para ellos una derrota electoral representa el batacazo que puede arruinar su negocio privado, para nosotros los apristas, una derrota electoral debe ser más bien una oportunidad para ser más apasionados en lo que creemos, una eventualidad de la que hay que extraer lecciones valiosas que nos conduzcan hacia la redención política.

Mirándolo así, lo ocurrido el 5 de octubre no es una catástrofe, es una oportunidad de reivindicación.