Este fin de año fui a pasear por la orilla del río Manzanares con sol y buen clima. También llevaba una novela en formato de libro de bolsillo. Fue una caminata redonda. Realmente estimulante. Hace tiempo que no había tenido una caminata tan productiva. Andaba junto al río que ha recibido puyazos desde antaño. El más citado el que dice que es un aprendiz de río, atribuido al bardo Francisco de Quevedo. De tanto citar esos versos de mala leche algunos se lo han creído. Pero este afluente del Duero ha sufrido los embates de la mano humana. Le han reconducido el cauce varias veces, aquí antes era la zona del los lavaderos de Madrid que no era poca cosa para una ciudad, me remito a las fotos de esa época. La gestión anterior del Ayuntamiento, bajo el timón de “La dama del Amazonas”- título nobiliario que le atribuyó un nefasto político del marjal a la primera concejal de Madrid, dejó que el río desprendiera un notorio y desagradable olor a desagüe. No era de buen gusto acercarse al río. La presente gestión municipal en una alianza con una ONG le ha dado un giro copernicano a lo que se venía haciendo. El río no desprende ese nauseabundo olor, y como reza en uno de los paneles informativos, han renaturalizado al río. Gracias a esa intervención se puede ver vegetación natural en las orillas, el agua fluye y no está retenida como antes, y hay una buena y diversa presencia de aves. A lo largo del camino vas disparando con la cámara fotográfica a diferentes ejemplares de aves. Mientras miraba los pájaros que iban de rama en rama repujaba en mi pizarra en el aire una relación de propósitos para este año. Sobre todo en lecturas que he ido postergando y no sé por qué razones he huido de ellas. He encontrado que son falsas excusas y me voy a adentrar a ellas. No son libros solo de literatura. Hay libros de filosofía, política, sociología, derecho entre otros. La visita a las orillas del río Manzanares ha sido estimulante, una caminata te da tranquilidad al espíritu.