Todo empieza con una chispa. Poco a poco empieza a generar algunas flamas. Pueden parecer imperceptibles de modo aislado, pero poco a poco se convierten en un incendio.
Fue un día en que todo parecía normal, dentro de los límites de la nueva normalidad instaurada en la capital.
Algunos trascendidos señalaban que la municipalidad de Jesus María, con apoyo de la municipalidad metropolitana de Lima, estaba interesada en crear un nuevo carril para transporte de vehículo en la avenida Salaverry, con el riesgo de bajarse los árboles de la berma central, centenarios y frondosos. Eso implicaría tirarse abajo uno de los espacios más bonito del distrito (y uno de los poco lugares donde es posible transitar)
Sin embargo, mientras la amenaza fantasma y presunta se generaba, algo estaba sucediendo. Fotografías en las redes sociales mostraban que el mural de Túpac Amaru, ubicado en la cuadra 8 del jirón Lampa, en el centro de Lima (pintado por el artista colombiano Guache en el 2013, a partir del festival de arte urbano LatidoAmericano) había sido borrado, eliminado, cubierto con pintura amarilla.
Aunque la municipalidad de Lima intentó quitar cuerpo del hecho, alegando que el dueño del inmbueble (el Scotiabank) se había encargado del pintado del mismo. Lo real es que había sido la propia gestión edil quien había enviado a la institución bancaria una carta en donde sugerían que se realizara el «mantenimiento» respectivo. Un eufemismo directo para pedir que se borre la obra de arte.
Posteriormente se ha vuelto a borrar otro mural y amenazan bajarse otros mucho más, bajo el pretexto de una ordenanza edil que pretende legalizar tamaño disparate.
Más allá de la mentira oficial, hecha con el mayor cinismo, lo verdaderamente grave es que esperábamos exactamente esto de la gestión de Luis Castañeda. Un personaje que anteriormente ha mostrado el mayor desdén por todo lo que significa cultura, cuya anterior gestión había sido lamentable en este aspecto, ¿podía hacer algo diferente?
Lo más triste es que el ejemplo Castañeda no es solo asunto de la capital. Se ha reiterado bajo diversos modos y modelos, en nombre de un pseudo pragmatismo o culto al cemento o quién sabe qué otras alucinantes ideas, diversas autoridades han hecho lo mismo, o peor.
¿Borrar y eliminar lo bueno puede considerarse hacer obra?
¿Arrasar las manifestaciones de arte y cultura se pueden considerar efectividad de gestión?
Yo tengo una palabra simple para describir aquello: barbarie.
Castañeda no puede hacer lo que le da la gana y destruir lo mejor de Lima por un soberano y burdo disparate (sean negocios, ignorancia o mala intención). Ante eso, es importante la acción de fiscalización y resistencia ante la filosofía de la tierra arrasada.
Pero, lo más importante, alguien incapaz de defender el patrimonio artístico y cultural de su ciudad (sobre todo si es autoridad) no merece ningún respeto. Ninguno