Escribe:Percy Vílchez

La complicada industria del matrimonio, suceso donde pueden ocurrir tantas cosas increíbles, acaba de sufrir una innovación interesante, un cambio asombroso.Ocurrió hace poco que el señor Víctor Hugo Sosa mandó al tacho la boda tradicional, el casorio acostumbrado, desdeñó la dominante presencia de la clásica novia vestida de blanco y en medio de aplausos, brindis espumoso y abundante y ruidoso baile colectivo, contrajo enlace con la llamada “Niña princesa”.

En los anales zoológicos ese apodo no corresponde a una fémina de angelical belleza sino a una caimana de crianza que cumple el papel de mascota hogareña.Desde los suburbios de su descansada vida animal, desde las sombras del aburrimiento de su existencia soltera, la sauria dejó los predios del anonimato para no solo pasar a la incómoda lista de casados sino para convertirse en el centro de la atención de San Pedro Huamelula ubicado en el mexicano estado de Oaxaca.

Porque a la ceremonia inédita acudió casi toda la población con el ánimo de festejar semejante enlace y de divertirse hasta los últimos extravíos. Era el momento máximo de un extraño rito cuyo requisito esencial es el prolongado beso que el corajudo esposo concede a la reciente desposada.

El citado beso fue el sello definitivo de la unión perpetua entre un hombre y un animal.No es la primera vez que en el mundo ocurre ese tipo de enlace. La historia registra bodas extrañas que rompen o acaban con el esquema tradicional. De vez en cuando aparecen en el firmamento como una burla o un escarnio al casorio humano.

El animal preferido entre las mujeres es el perro de casa. Hace poco una vedette publicó su matrimonio con su ladrante mascota. Entre nosotros, por ejemplo, hay un sujeto que tiene la obsesión matrimonial en la cabeza y a cada rato se casa con cualquier árbol.

Hasta el momento no sabemos cuántos vegetales engrosan su nutrida agenda casamentera, su lecho nupcial. Es difícil creer que el motivo de tanta boda sea una cuestión ecológica. Es posible que por allí circule una especie de decepción del matrimonio convencional.


El flamante desposado con la caimana en México no es cualquier hijo de vecino, algún tipo desengañado del ritual del casorio. Es nada más y nada menos que alcalde de la ciudad citada líneas arriba. Es decir, es una autoridad y desde su alto cargo se atreve a casarse saltando por todas los modos y costumbres tradicionales.

En su boda zoológica imploró abundancia y prosperidad para los ciudadanos de ambos sexos. No está demás suponer entonces que detrás de la boda figure la ambición política de abrir el circo para los gobernados. Lo cual implica una manipulación descarada para contentar a la platea, utilizando el fácil recurso de casarse con una mascota.