Biografía Zoológica  (IV)

La república caballar, el territorio dominado por el equino de carrera o de paso, no floreció en tierras americanas. Hacia 1949, por extraña coincidencia, por secreto designio, hubo una corriente continental para importar caballos de pura sangre, de comprobado linaje, de alcurnia zoológica, provenientes de Inglaterra. El negocio fue de todas maneras incipiente para los caballeros ingleses que criaban esos animales,  pues de 711 caballos exportados 200 vinieron a galopar en estos predios del Señor y la virgen aparecida. La llanera Venezuela compró más ejemplares que nadie. Los otros países no mostraron mayor interés en gastar sus divisas en mejorar la crianza de esos cuadrúpedos. El glorioso Perú no registró una compra notable, pese a que el caballo jugó un papel importante en su historia.

La siembra del caballo inglés tampoco hizo carrera en Iquitos, la ciudad donde los animales encuentran su destino. No hubo empresario inspirado que decidiera importar equinos para repotenciar las carretas recogedoras de basura, para acelerar la venta de agua potable o de pozo o de lluvia, para fundar un concurrido hipódromo que entretuviera a unas gentes ávidas por perder el tiempo en nada. Es extraño que ello ocurriera en una urbe que todo lo importaba, todo lo traía de afuera, siguiendo la manía excluyente del cauchero que detestaba su lugar o el lugar donde vivía.

En la Amazonía, donde dominan los tercos como mulas o los asnos con ideas descabelladas, el caballo es un fracaso. Su historia es más breve que un relincho. En las entradas castellanas, en esos desastres anunciados, el noble animal no estuvo ausente y entró a la maraña como burro de carga, como posible medio de locomoción. Pero no pudo galopar airosamente, ni redondear una carrera formidable. No solo le enredaron árboles y ríos, troncos atravesados, fangos secretos, lianas repentinas, sino el voraz apetito de hambrientos expedicionarios. La carne del equino, condimentada o no, cruda o cocida, fue la salvación de algunas entradas perdidas.

El noble caballo se salvó de ser digerido cuando mejoraron las estrategias de ingreso al boscaje. Pero no logró el prestigio de otros animales en la ciudad. No pudo disputar el lugar del perro o del gato. No pudo competir con las gallinas de la huerta. Y su presencia fue de adorno, como un curioso animal que solo servía para comer. Lo cual fue un desperdicio, considerando el aporte que hizo el caballo a la historia humana. En la biografía de Iquitos el caballo suma cero. La cosa cambia en el pueblo cercano de Manacamiri.

El espectáculo del brioso corcel, del imponente equino,  es pan de todos los días en esa aldea ubicada al borde del río Nanay. El caballo, ambientado y criado allí, es parte del paisaje local. El equino es miembro de los animales domésticos habituales, y sirve como pieza vital en el transporte de carga y pasajeros. Es frecuente encontrarle en los caminos, cuando las lluvias o las crecientes no hacen su agosto, cumpliendo con su tarea. Nadie sabe cómo los caballos se ambientaron allí y no en otro lugar. No se han investigado las razones profundas para que los equinos hayan pasado de largo por Iquitos y hayan terminado en una modesta pero importante aldea de estos bosques.

El escritor Ventura García Calderón decía que la conquista no puede explicarse sin el caballo. Nosotros tomamos esa frase para expresar nuestras condolencias a Iquitos porque perdió una gran oportunidad al no conquistar al equino, al negarse a admitir a ese animal tan presente en las mitologías y hasta en la literatura.  La urbe sería otra con una buena caballada, con caballos de fuerza, con caballos al galope y al paso. Para divertirnos, por ejemplo, en tiempo de elecciones, ya existiría el partido caballar y su líder correría al trote todas las mañanas y relincharía como todo idioma en vez de hablar estupideces.