Al llegar a casa recibí el cálido y entrañable cariño de F, nos pusimos a llorar abrazándonos y besándonos – estábamos eximidos de la cuarentena porque ambos habíamos tenido la enfermedad. No podía creerlo que estaba en casa. Les mandé una foto a mis padres, mi madre, se puso a llorar al recibirla, para mis verracos fue una situación muy dura y con estrés. Había perdido cerca de catorce kilos como me señaló la balanza de casa. Me miraba jadeante al espejo y no daba crédito al reflejarse mi cuerpo, me recordaba a las imágenes de aquellas sufridas personas de los campos de concentración. Los brazos amoratados por los pinchazos. También había perdido masa muscular. La convalecencia es todo un capítulo aparte de aprendizaje. No es fácil después de una experiencia como la que he vivido, soy consciente y testigo de una pandemia que paralizó al mundo y salí sobreviviente. Tenía varios frentes abiertos que eran necesarios abordarlos. Uno de ellos era la parte emocional (con muchos fantasmas) y otra, la parte física que van de la mano. Volver a casa y mirar los libros de la biblioteca que estaban como los dejé, mostraba la interrupción e irrupción por la enfermedad, me quebré derramando unas lágrimas. En este tortuoso proceso de recuperación con F nos sentábamos a hablar, sin horario, de las sensaciones que me invadían en ese momento. Me llovían agobios, ataques de ansiedad, imágenes del ingreso, sentimientos encontrados y negativos. Era un mejunje emocional incontrolable. F escuchaba los desahogos, se despertaba en mis insomnios. Se levantaba para ver si respiraba bien, era una de sus preocupaciones. Bajo el llanto tenía recién la sensación consciente que pude irme al otro barrio. En el sillón azul que nos acompaña desde El Olmo me puse a leer libros con cierta pausa, me rodeé de ellos porque me daban tranquilidad, tengo la tendencia que a los espacios libres los colonizo con libros. Poco a poco, vuelvo a lo cotidiano. El gusto y los olores los tengo al cincuenta por ciento, voy recuperando el hambre. La prueba de PCR me dio negativo, aunque sabemos que la inmunidad de esta enfermedad está en discusión y, por eso, no hay que bajar la guardia. Mi cuerpo va tomando forma día a día, he subido unos seis kilos. La respiración va recuperando su ritmo cada día. Estoy en este camino de mejora con el apoyo de una psicóloga y con clases de Pilates. Cuando me despierto sigo escribiendo un dietario del naufragio. Estamos de vuelta a casa, cada día a las ocho de la tarde me pongo en la ventana para aplaudir con F por los esfuerzos encomiables de la Sanidad pública, ojalá haya sensibilidad para que escuchen sus reclamos y reivindicaciones, por ella también puedo escribir esta crónica.
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