Por: Gerald Rodríguez. N
Harto es sabido que mucho hablan de Mario Vargas Llosa, y entre algunos andariegos, cortos inmortales, solo lo recuerdan por haberse disputado la segunda vuelta con Alberto Fujimori, por aquellos años cuando el Perú era un caos, en los años 1990. Los chicos pocos saben de él, los viejos también, mi mamá solo sabe que es escritor ni nada más, mi abuelo se jactaba de que le había mandado una carta para que le publicara un libro, creyendo que Mario era un editor. Pues yo, a los 7 años, e inundado de sus libros en mi casa, donde solo mi padre leía novelas, y mi madre poesía, no solo supe quién era Mario, sino que me atreví a enfrentarlo mediante una lectura no tan especializada de La Ciudad y los perros, pero no necesitaba de eso para saber que el hombre me estaba cambiando la vida con su talento, y mi familia se negaba a que siguiera esos pasos.
Se dice que en el año 1963, después de haber sufrido trece rechazos de distintas editoras españolas, como para que Mario dejara de escribir con el inmenso desaliento de saber que a nadie convencía, La ciudad y los perros había ganado el premio Biblioteca Breve de novela, de la editorial española Seix Barral, y que aún seguía siendo un escritor desconocido, con una gran historia contada. Pero, ¿por qué La ciudad y los perros, tal vez sea una de sus novelas que ha de pasar la valla del tiempo?, mi leve sospecha se fundamenta en tres aspectos esenciales de la obra de Mario. La técnica narrativa y Mario parecen ir de la mano, ya que viola, irrumpe, desafía y se revela con la tradición narrativa en el Perú, sin nada que envidiar a Faulkner, Joyce, Tolstoi, Mario reúne una gran parte de aquellas novedosas herramientas novelescas, para buscarle esa conexión lógica, esa lógica artística, para que cada elemento sea una composición renovadora. La técnica fue el primer desafío que Mario tenía que poner al frente de la nueva narrativa.
Lingüísticamente, Mario es un rebuscador de peruanismos, como Cervantes en su época, el lenguaje culto fue denegado en momentos y en ciertas situaciones, para usar un lenguaje más real y cercano a sus personajes, y de esta manera hacer más real la ficción. El lenguaje novelesco también parece ser una invención de Mario, ya que sus antecesores, con la novela indigenista, buscaron acoplar la forma real del habla del indio a las tramas esenciales. Inclusive Julio Ramón Ribeyro, en algunos de sus cuentos, intentó esta hazaña, que para muchos escritores de su época era casi innecesario. Ni que hablar del urbanismo como tema, ya que siendo muy fuerte la moda indigenista, Mario tenía que acoplar a sus lectores a nuevas realidades, Mario intentó tener una mirada más global del Perú presente en las artes. Si a eso le sumamos temple, talento, disciplina y dedicación, análisis de la realidad planteada de forma creativa desde la ficción, La ciudad y los perros deja de ser esa novelita juvenil que lectores inexpertos afirman, y se convierte en esa novela que figura nuevas experiencias, nuevas manifestaciones y ampliación en el concepto de la novela, tal vez así de esta manera fundándose los primeros cimientos de la novela peruana, trabajo costoso que habría que seguir.
Mario alguna vez dijo que la novela peruana todavía no estaba hecha, que recién se estaba empezando a escribir, y es muy cierto, porque seguimos mirando a otros lados, y no al interior del Perú, en una sola esfera, la novela seguirá siendo del escritor y nunca podremos decir que fuese peruana. Eso Mario Vargas Llosa lo sabe, como lo expresó en esa primera novela peruana, esa primera áspera belleza.