Escribe: Percy Vílchez

En una ciudad báquica, adicta al seco y volteado, desbordada por el empinamiento del codo, como Iquitos, tenía que ocurrir ese asalto cervecero. Fue como si los vándalos hubieran decidido sacar provecho de las gargantas ardientes de tanto iquiteño, y decidieron asaltar una bodega ubicada en Los Delfines. Una bodega nada surtida donde la primordial era la venta de cerveza. Eso fue el botín anhelado como si se tratara de un tesoro. Sucedió entonces que los delincuentes arribaron hasta ese lugar y preguntaron por el precio de 8 cajas de cerveza como si se tratara de normales peregrinos que querían celebrar algún acontecimiento familiar o grupal.


La propietaria, Blanca Rita Mozombite García, jamás sospechó las intenciones de esos supuestos compradores y dijo el precio. Pero la venta se frustró porque ella fue golpeada y dejada inconsciente. Los asaltantes, nada achispados, menos con evidentes ganas de beber, procedieron entonces a cargar con las 8 cajas, trasladarlas a un motocarro que les esperaba con el motor prendido y huir por la carretera que conecta Iquitos con Nauta. Como por descuido o como para completar la faena, se apoderaron además de 700 soles. Pero el objetivo del asalto eran las cajas de cerveza.


En la crónica roja de la ciudad oriental no se registra un robo de esa tendencia. Los cacos no habían tenido en cuenta zamparse ese botín pese a la presencia de licorerías en Iquitos. De manera que el despojo de las 8 cajas de licor es un hecho inédito en la tecnología de los hampones. El oficio rateril se incrementa cada día, pese a las labores de los guardianes del orden, y es conveniente buscar nuevos rubros para el asalto. De esa forma aumenta el peligro para los habitantes de una ciudad que está desprotegida y que no encuentra la manera de frenar a la delincuencia. Es posible decir que ahora cualquier cosa corre el riesgo de convertirse en botín.


No se sabe, pese a las investigaciones, qué destino corrieron las cajas cerveceras. Es posible que los choros se perdieron en una borrachera descomunal como celebrando el éxito de la jornada. Pero también es posible que ellos vendieron a bajo precio esas cajas. Lo peor de todo acontecería si, gracias a un milagro de los reyes Caco y Baco, aparecieran otras bandas desaforadas, bandas decididas a asaltar bares, depósitos y hasta fiestas donde se bebe hasta los últimos delirios. Bandas dedicadas al asalto licorero sería lo peor que pudiera suceder en una ciudad báquica, adicta al seco y volteado y dependiente del consumo espirituoso.