[ESCRIBE: Víctor Raúl Miranda Rojas, Docente de la MGS de la PUCP].

A Percy Vilchez lo conocí en Iquitos en los ambientes de la Universidad Nacional de la Amazonia Peruana (UNAP) en la década de los 80, cuando él era estudiante de la facultad de biología y yo de administración. Nos acercaba ciertas simpatías políticas juveniles. Cultivamos una amistad de hermanos, junto con los demás integrantes del Grupo “Urcututo”, Anita Varela y Carlos Reyes.

Para que mis emociones no me traicionen por tratarse de un amigo como Percy Vilchez, a quien estimo mucho, me propuse escribir este comentario sobre su reciente libro “Julio C. Arana: El pordiosero de la fortuna”. Advierto que no soy crítico literario, solo soy una persona que le gusta leer. Será por esto que me invitaron a comentar el libro de mi buen amigo Percy Vilchez, en momentos que había terminado de leer el interesante libro testimonial del ex procurador José Ugaz “Caiga quien Caiga”, que trata sobre el desmontaje de la red de la mafia fujimontesinista y los mecanismos para investigar los hilos del poder oculto. Y despues estaba iniciando la lectura del interesante diario de Roger Casement, publicado como “Diario del Amazonas”, con los testimonios de los “horrores cometidos contra los pueblos indígenas” de la Amazonía.

La lectura de estos dos libros me permitió una mejor mirada a la obra de Percy Vilchez. Los libros mencionados como si se tratara de cuerdas separadas sirven con determinados propósitos. Así el libro de José Ugaz describe, en palabras de Luis Moreno Ocampo, ex Fiscal de la Corte Penal Internacional, en “cómo investigar al poder con eficacia, como investigar a un Presidente y cómo construir alianzas nacionales e internacionales para enfrentar a la extensa red de cómplices y beneficiados”. En mi opinión este es uno de los propósitos historiados que trata de hacer Percy con la red de poder de Julio C. Arana. Y el diario de Roger Casement, “buscar en las contradicciones de la ideología liberal que el propio Casement anota en su diario y que a él le gustaría instaurar en la selva” en la perspectiva histórica de “convertir el Amazonas en uno de “graneros más grandes del mundo”. En este sentido, a la amazonia falto desencadenar una verdadera revolución burguesa que hubiera permitido desarrollar los factores de producción y productividad.

El libro de Percy Vilchez “Julio C. Arana: El pordiosero de la fortuna”, consta de 19 capítulos y 315 páginas. Es una obra monumental. En las palabras iniciales el autor advierte que “el libro trata de historiar los episodios más resaltantes de la ruina del barón del caucho selvático. Es la narración de un extremo a otro que, fortuitamente, está vinculada a la vida parlamentaria de Inglaterra y el Perú. No es entonces una biografía del controvertido barón, ni una incursión en su vida personal a través de los años. Es tan solo un momento, el instante brutal, de su existencia azarosa que nos sirve como un espejo que refleja algunos hechos cruciales del caucho y sus ramificaciones insospechadas, sus lecciones permanentes sobre los desastres eternos de la región de los bosques. Esa época es más importante de lo que parece. Falta mucho por conocer de ese tiempo que marcó a la región con el hierro de sus desastres”. Es importante tener en cuenta esta advertencia para no caer en confusiones al momento de leer cada capítulo del libro, en el sentido de las recreaciones de ciertos hechos históricos. Sobre esto muchas veces pregunte cuánto de las narraciones literarias tienen de realidad y ficción. Esta pregunta la hice a la poetisa loretana Ana Varela, quien me respondió que toda obra literaria es una mezcla de la realidad con la ficción, residiendo en esta mezcla la magia de la obra literaria.

Efectivamente esta mezcla encontramos en el libro de Percy Vilchez. Me remito para evidenciar esto solo con un párrafo del capítulo V, páginas 89 y 90, donde recoge “la noticia… de un tal Leónidas Avendaño que figura en la obra de Carlos Larrabure y Correa”. Esta noticia dice así: “Entonces, un bello día, ciertos selváticos fueron desquiciados por el insidioso hambre y asaltaron una casa de barro ubicada en el populoso barrio de Belén. Ansiosos por calmar sus revueltas tripas, no se metieron en las ollas ajenas, no se zamparon los objetos domésticos, no ejecutaron la mudanza de las cosas, sino que con alevosía y ventaja procedieron a devorar la vivienda de entrada a salida, de arriba hacia abajo, de cabeza a cola. Es posible imaginar a la distancia que la parte por donde comenzó el asombroso banquete fue el techo. Desde las alturas, acomodados en estratégicos lugares para no perder el equilibrio y caerse a reventarse el alma y el fundamento, los desaforados comensales procedieron a zamparse glotonamente esa parte elevada hecho con palma del monte. En su rumiar o masticar o devorar, los desadaptados acabaron con los caibros, las soleras y las vigas. Es arduo conocer la ruta que los voraces ciudadanos siguieron después ganados por las ansias de acabar con todo. Todavía sin llenar sus panzas, probablemente, descendieron a dar cuenta de la vereda que desapareció en poco tiempo. Después, estorbándose, tratando de ventajarle al otro, dieron cuenta de las sólidas paredes que no opusieron resistencia. El piso entero tuvo que pasar a los tubos digestivos en menos de lo que canta un gallo. Es difícil saber si luego devoraron los utensilios de cocina u otros objetos de ese infortunado hogar. En su brutal proceder, los hambrientos parroquianos no usaron ni cucharas ni tenedores ni cuchillos. No bebieron algún aperitivo, no usaron condimentos ni salsas, pero comieron a lo grande. Después de la jornada de masticación, del relajo de la panza repleta y contenta, de la impostergable siesta, no quedó ni la sombra de ese inmueble. El vacío apareció en el lugar donde alguna vez sus propietarios levantaron la casa devorada. Lo que no se sabe es qué comieron después los susodichos. Porque es imposible que hubieran seguido devorando otros hogares, fomentando el riesgo de dejar a Iquitos sin ni una sola casa”. Y esta noticia fantasiosa no está lejana a la realidad por que en la Amazonía hay la costumbre de comer todo lo que se mueva, es el comentario jocoso y sibarita que hacen los paisanos amazónicos.

Seguro con la finalidad de revaluar hechos históricos que aún persisten en la región amazónica y otras regiones del país, el autor en el capítulo I de su libro titulado “La militancia real del cauchero”, nos dice lo siguiente, páginas 38 y 39: “Esa actitud de oposición permanente a todo lo que fuera iniciativa estatal era, en el fondo, un rechazo a la Vía Central. Los caudillos locales, autoridades, patrones, comerciantes, se sentían amos y señores del extenso territorio verde y consideraban que ellos y solo ellos tenían derecho a ejecutar sus empresas, a obtener sus ganancias. Hábiles para manipular, cuando no podían invertir en rubros importantes, como la navegación, exigían subvención al mismo Estado que combatían. En ocasiones esa tendencia, que retrasó el progreso del boscaje, se tiñó de sentidas reivindicaciones federalistas y regionalistas. La oposición a la Vía Central no era tampoco una ideología articulada, una doctrina contra el centralismo. Era una costumbre compartida, una conducta colectiva, de los líderes locales que así defendían sus propios intereses. En esa opción los principales adversarios de esos personajes locales, donde podían militar los oriundos y los forasteros, eran los caudillos nacionales. Los acuerdos, los pactos, que pudieran firmar los unos con los otros eran solo alianzas frágiles, bodas ligeras, como lo demuestra ejemplarmente el caso de la relación entre don Augusto Bernardino Leguía y Julio César Arana, donde la ruptura definitiva, y con hondas heridas, fue su destino final.” Cualquier parecido con la realidad actual de nuestro región y país es pura coincidencia. La gran tragedia de nuestra región boscosa es la falta de liderazgo de una burguesía local con claros objetivos de construir mercado regional. Lo que aún subsiste es una casta de comerciantes subrentista que solo le interesa extraer la riqueza del bosque para llenar sus bolsillos, sin reinvertir en industrias que den valor agregado a nuestros productos regionales. Los comerciantes extractivistas, como Julio C. Arana en su época, solo sacan del bosque las materias primas que les interesa al gran capital nacional y extranjero, sin construir ninguna base para el desarrollo regional. Eso es lo que vivimos hasta ahora en los pueblos amazónicos como Iquitos. Percy Vilchez describe dramáticamente esta realidad, en el caso concreto de Julio C. Arana, en el capítulo II de su libro, titulado “La salvación por el escaño”. Los comerciantes locales en ruinas siempre sueñan con ser congresistas o tener propios congresistas a quienes financian sus campañas políticas.

Cuando hicimos referencia a los diversos productos regionales que fueron extraídos del bosque sin permiso de los oriundos y sin otorgarlos valor agregado, el caucho fue uno de esos productos. Percy en su libro hace referencia a ello en el capítulo III titulado “Noticias oriundas del caucho”. Al respecto nos dice (página 60): “La palabra caucho es de origen omagua y significa árbol que llora. No como expresión de congoja, sino como metáfora de torrente. No es atrevido suponer que el primer uso de ese recurso fue la pesca. En un medio donde ese menester ocupa una buena parte del tiempo del morador orillero, la pulpa pudo ser utilizada como carnada. Ese consumo no se extendió y solo permaneció en la práctica de algunas personas como el caso del abuelo ya citado. En un tiempo remoto, la pulpa de la semilla de caucho bien pudo servir como alimento. Esa almendra tuvo que ser sometida a fuego hasta adquirir una consistencia crocante. Pero ese uso gastronómico tampoco se extendió. Más durable fue el empleo en la navegación como copal para remendar los agujeros de las naves que iban y venían por los ríos. Hay versiones que se refieren a la confección de impermeables y ponchos que no hemos podido confirmar por el momento”.

Y refiriéndose al tema de la falta de valor agregado que se debió dar al caucho ante de su debacle nos dice lo siguiente (páginas 71 y 72): “Entonces, en las sombras de la historia del caucho, existió otra alternativa. Una alternativa incipiente, menos ruidosa y nada trágica que pudo convertirse en la base para alterar esa biografía de eternos exportadores de materia prima. Los inventos oriundos nos revelan, de pronto, que fue posible trasformar localmente la savia. La cuestión del caucho no es entonces solo la extracción feroz, la desaforada exportación, la ganancia desmedida gracias a la venta inmediata. Había un remanso precario, escondido, casi sin ninguna importancia, que bien pudo alterar para siempre la nefasta historia conocida. El hecho de que no se hizo nada para convertir ese don del cielo es uno de los mayores cuestionamientos que se les puede hacer todavía a los barones de las caucherías. Era el momento crucial en que se tenía que arrebatar algo del atributo de la transformación de ese recurso a los forasteros. Las condiciones estaban dadas como nunca antes. El contacto con ellos y con sus inventos eran más estrechos, había dinero más que suficiente para emprender cualquier hazaña. Pero los capos de los bosques optaron por lo más fácil, lo más cómodo, disimulando esa impotencia colectiva en el boato de los excesos mundanos, en el exceso de todos los despilfarros.”

Y quisiera continuar citando y resaltando los aportes importantes de la obra de Percy Vilchez en la comprensión de una parte de la historia del bosque amazónico en los 19 capítulos del libro. Sin embargo es mejor que Uds. hagan sus propios descubrimientos y disfruten de la lectura del libro. No quiero terminar este comentario sin resaltar mi conocimiento sobre el autor.

A Percy Vilchez lo conocí en Iquitos en los ambientes de la Universidad Nacional de la Amazonia Peruana (UNAP) en la década de los 80, cuando él era estudiante de la facultad de biología y yo de administración. Nos acercaba ciertas simpatías políticas juveniles. Cultivamos una amistad de hermanos, junto con los demás integrantes del Grupo “Urcututo”, Anita Varela y Carlos Reyes. Desde siempre compartimos alegrías, bohemias, carencias materiales y los libros. Nos reuníamos para discutir la problemática amazónica y las estrategias de cambios en nuestra región y el país. Percy luego descubrió su verdadera vocación literaria con sus primeros libros de poesía y novelas, siempre referidas al bosque amazónico y sus gentes. Podemos afirmar sin lugar a dudas que es uno de los más preclaros representantes de la poesía y la novelística amazónica. En los años 90 nos alejamos físicamente pero siempre hemos estado pendientes de su vasta producción literaria. Por tanto para mí es un orgullo personal haber participado en la presentación de esta su última e importante producción literaria. Muchas Gracias por su gentil atención.