La vanidad de las personas que están metidos en política no tiene medida (es un ego que necesita pasar por el diván o por un buen shaman quechua). Están hambrientos de lisonjas, de reconocimientos, sí estos no hay se lo inventan. Fuerzan por estar en el candelero. En el perfil que dibujaba cierta vez el escritor Javier Cercas de los políticos es que ellos son malos haciendo el amor, son los gafes del poder, así que no es tan afrodisíaco como se pregona. Aquí un expresidente de una Comunidad Autónoma se puso un título como el de más honorable presidente, y resulta que es un corrupto hasta las cejas. ¿Qué de honorable tenía? Salvo el de contar con sueldo, despacho y personas que colaboraban con él con dinero de las arcas públicas. Un miserable. Pero la actitud de estas personas que viven de la olla picante de la política es de escala universal [me viene a la memoria por sus excesos y miserias al personaje de “El otoño de patriarca” de García Márquez). Recuerdo que hace un tiempo un político en la floresta lisonjeó, a otros de su misma raza y condición, con un título simbólico inventado por él [no está previsto en legislación alguna] como el de la de Dama del Amazonas y el de Caballero del Amazonas, título honorarios que de por sí dice mucho de quien los otorgó, y de quienes lo recibieron, claro está. Parece ser que el espacio público, para muchos y muchas de la fauna política, es la prolongación de sus fantasías privadas ¿se sienten como un rey medieval repartiendo títulos y condecoraciones inexistentes?, ¿tendrán pudor, un freno a sus estupideces? Refleja, y mucho, como concibe el uso del poder de parte de esas personas. Se sienten omnipotentes, están cegados por la luz que les otorga el cargo. A su parecer ellos o ellas son como la luz en las tinieblas, con razón hay apagones.

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