La inmensa cafetería edil, ubicada en la plaza Sargento Lores, fue atacada ayer por enardecidas hordas que no soportaron más la mecedora del burgomaestre Manuel Noriega oculta debajo de la humeante taza y del pan sin mantequilla. Sucedió que el citado ganó ampliamente las pasadas elecciones consistoriales gracias a la iniciativa de beber un buen café gratis y surtido con panes, bizcochos, rosquitas, suspiros, empanadas, humitas y panetones. El café entonces no era más amargo que ayer y conquistó al electorado ávido por la reposada tertulia, el encendido chismorreo y el deporte del raje descarado. Una vez en el trono edil, el flamante alcalde construyó la monumental cafetería placera para solucionar los inconvenientes de la provincia.
Entre humeantes tazas y solamente con panes cada vez más pequeños el señor Noriega trató de enfrentarse a los serios problemas del recojo de los desperdicios, del fenómeno del infame ruido, de los robos motorizados, de la delincuencia juvenil y otras lacras. Es decir, cada vez que estallaba el asunto, él bebía su café rodeado de los reclamantes que no tenían más remedio que imitarle. Entre taza y taza los problemas se le iban de las manos, pero el alcalde él insistía en conversar civilizadamente ante un buen tinto, un café´ pasado, un café americano, un café expreso. Era al fin y al cabo la búsqueda del necesario y urgente dialogo.
En el reino del exceso de la cafeína el alcalde sufrió disturbios nerviosos, fue internado víctima de varias taquicardias, tuvo que tomar pastillas para dormir la siesta, pero siguió insistiendo en la conversación alturada al borde de una aromática y humeante taza de café que alzaba los ánimos, volvía más locuaces a los interlocutores. Más violentos, también, porque llegó un momento en que los forzados cafeteros no soportaron más y tomaron cartas en el asunto.