Desde la cama 612 B del sexto piso del Hospital Carlos Seguín Escobedo se observa mi antiguo barrio de Los Naranjos. Calles desordenadas que apuntan hacia el Misti como si quisiesen llegar de prisa a esas alturas, en medio de cables y quebradas puedo distinguir algunas casas de varios pisos que hace décadas eran las únicas, pero que ahora han sido superadas por otras que incluso tapan al macizo. Me han retirado la vesícula y la bilis, que procesa el hígado, ahora se mezcla sin ningún orden y atentan contra las paredes del estómago, contra los intestinos y en medio de todo el dolor, llegan las noticias con una inusitada velocidad: los políticos empiezan y otros terminan por caer.
He consultado a varios médicos sobre las causas y me resisto a creer que la colecistitis aguda por la que he llegado a la 612 B luego de los devaneos propios del dolor y de la burocracia sanitaria, sólo se trate de un desorden en la alimentación, de algún antecedente genético o de los excesos de la ya lejana bohemia en el periodismo. Yo calculo, que los 12 cálculos marrones que se han formado en esa bolsa en forma de pera también se deben al dolor que sentimos cuando confirmamos que nuestra historia nacional sigue siendo la misma de siempre.
He vuelto a las aulas y en medio de los diálogos con docentes y alumnos no puede dejar de dolerme el Perú. Las “piedras” cristalinas (como les llaman las enfermeras despersonalizadas que rotan sin cesar en el piso seis) no pueden haberse formado sólo por el colesterol mal procesado. Un componente feroz como la ira y cierta impotencia por la corrupción generalizada ha terminado en desencadenar que el cálculo mayor de 12 milímetros termine por exigir en emergencia una intervención parascópica que me ha hecho ver de otro modo mi antiguo barrio desde la cama 612 B.
Para el curtido cuerpo asistencial parece un procedimiento de lo más simple que no amerita mayor atención. “Al final todos vamos a morir”, parece ser la consigna de cada médico residente en cirugía, de cada interno que se pelea por saber si participarán y podrán por fin “meterme cuchillo”. En medio del dolor, las pruebas de laboratorio, los exámenes cardiacos y de cierta discusión por la colecistectomía, Carla Lazo parece ser la única que desentona en este trámite.
Se equivoca en las respuestas a sus jefes, no da indicaciones correctas a los pacientes y siempre está distraída. La tratan mal los médicos, las enfermeras, las técnicas y hasta las secretarias de los módulos de atención no le hacen caso. Es un dilema para ella obtener una respuesta concreta de alguien en ese enorme hospital: está sola. Me duelen las tres heridas y la sonda de 15 Cm. que han dejado colgada de mi vientre es curada por esta interna mientras vienen cayendo casi toda la clase política peruana por las declaraciones de Jorge Barata, mientras ya se suicidó Alan García y tal vez haya otros en la lista, no sé si el dolor sea más agudo por el destino incierto del país, por el sangrado barroso que emite esa sonda o por la crueldad a una interna que es la primera en llegar y la última en irse.
Muchas veces antes había subido al sexto piso de este hospital. Había visto con ojos más administrativos lo que ahora veo desde la 612 B, sin una bolsa debajo del hígado, la vida será igual de resuelta, me dicen los colegas de piso. No creo, porque ese filtro alguna función más cumplía. Lo que está claro es que, ahora que abandono el sexto piso, ya no me dolerá tanto el maltrato a esa pobre 1muchacha y con varios presos luego que termine de hablar Barata, seguro en los próximos días habrá algo más de esperanza.
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