CONCURSO DE CUENTO CORTO: “Cuentos de Navidad alrededor de una taza de café”

Seudónimo: CHICO KID

Autor: Jorge Alfredo Wilbert Gil Zambrano

“Nunca el ocaso es más triste como en la quincena de diciembre de cada año”, piensa en silencio Bernaldo. Desde el hueco sin marco que funge como ventana en su humilde hogar observa como a lo lejos el último “rápido” desaparece dejando en el río Napo una débil ola que llega hasta el entablado que tiene como hogar. Santa Clotilde, como todos los años durante las fiestas de fin de año ha quedado absorto en un total silencio sepulcral. La luz tenue del antiguo lamparín de su abuelo lo acompaña, mientras que su madre cuida al padre cada día más enfermo. Bernaldo se pregunta qué colores transmite la ciudad de Iquitos durante la navidad. Siempre en este pequeño pedazo de tierra olvidado por el mundo, siempre al lado de sus amigos corriendo con los estómagos vacíos en busca de la pelota que el municipio nunca les regaló. Él jamás ha salido de Santa, y sabe que es el momento, es ahora o nunca.  Sus padres unos humildes campesinos apenas tienen para vivir y la chacra ya no produce como antes. Para calmar las penas de la pobreza se envuelven en las sabanas de la ¨media¨, potente aguardiente de caña que por momentos los hace delirar y vivir una vida de ensueño siempre a las orillas del Napo. Quizá el mes de marzo es el más feliz para Bernaldo, con ansias espera que los maestros lleguen desde Iquitos para comenzar las clases. Quiere salir adelante y sabe que la única forma de hacerlo es estudiando, no hay otra forma, no, al menos no para él y sus amigos. Y apenas comienzan las clases Bernlado se esfuerza para ser uno de los mejores del salón, es consciente que pese a las dificultades económicas tiene que ir al colegio y sacar buenas notas, jamás ha dejado que la pobreza lo haga sentir menos. El viejo uniforme que fue de su hermano lo protege de las burlas, de los comentarios mal intencionados de sus compañeros de aula, “Bota esa camisa, está bien amarilla, cho”, “Bernaldo, cacanero”, y las carcajadas comienzan, pero él no se inmuta. Aquel pedazo de tela de talla menor es lo único que su madre pudo darle, un triste recuerdo del hijo que murió ahogado en una cocha cuando trataba de pescar tucunaré para vender en los pocos restaurantes del pueblo y conseguir algo de dinero para la casa. Los zapatos son los mismos desde hace ya 3 años. Los obtuvo cuando comenzó el primer año de secundaria, su padre los consiguió a través del párroco de la iglesia “Nuestra Señora de la Asunción”, fue una donación que en realidad estaba destinada a otro chico, pero tuvo suerte porque el muchacho nunca fue a recogerlos. Aquellos zapatos que nunca recibieron cambio de planta ya no entraban de la misma forma en sus adoloridos pies. Cuando todos iban a disfrutar de la hora de recreo, Bernaldo aguardaba sentado en su malgastado pupitre que cada uno de sus compañeros salga y con cierta incomodidad se sacaba los zapatos que ya hace mucho habían perdido el clásico color del calzado escolar. Era el momento perfecto para él, podía estirar los pies como quería y los dedos ya no le causaban dolor, qué alivio, qué momento.

 A veces solía imaginarse a Santa Clotilde como el escondite perfecto para aquellos que querían la tan ansiada paz mental, que habitantes de todo el mundo vivían acá sin las preocupaciones del mundo moderno, sin el wifi, sin el tráfico, sin las redes sociales, sin los selfies, sin las ganas de todos los seres humanos de creerse el centro del universo, sin el racismo que pregona america del norte, sin Trumps ni Maduros, sin la xenofobia que invade nuestro país, sin la maldita delincuencia, sin las enfermedades, sin el silencio cómplice de miles de personas que son testigos de inmensos crímenes pero no hacen nada para evitarlos, sin la necesidad de preocuparse por el mañana y vivir el presente como mejor nos parezca. Bernaldo pensaba en todo aquello cuando invadido por el hambre descansaba en su hamaca. Pero, todo aquello se esfuma cuando a lo lejos ve como sus amigos regresan totalmente alcoholizados, hasta casi arrastrándose alguno de ellos. Piensa que quizá Santa Clotilde está destinada a perecer dentro de su propia miseria. Por eso, desea irse, quiere por fin conocer otra realidad, sentir otros aromas, palpar otra realidad, dejar por un pequeño lapso de tiempo su burbuja napuruna, embriagarse de la siempre ignota sociedad iquiteña.

Los preparativos para el viaje los empieza 3 días antes, sabe que será difícil, pero nada parece ser imposible para su espíritu aventurero. Como punto de partida debe pensar como mentir a sus padres, el porqué de su ausencia de una semana, y justo en la semana de las fiestas de fin de año.  Con la ayuda de un amigo crea la coartada perfecta, van a ir de pesca. Irán a una cocha que queda justo antes de llegar a la base militar del Curaray, según los rumores hay buena pesca allí, y quieren aprovechar las fiestas navideñas para hacer algo de dinero. Primer asunto resuelto. La idea de hacer algo de dinero en la pesca hace que comience a pensar en ello mismo, sabe que no lo tiene y por lo menos debe conseguir algo, solo para cubrir gastos básicos y quizá para alguna que otra emergencia. Acude donde un amigo que trabaja en la única austera panadería del pueblo y logra conseguir que le preste 40 soles, “suficiente”, piensa melancólico, aunque sabe que será difícil devolver esa cantidad de dinero, su amigo confía en él, es una buena amistad que se inició en el descampado que funciona como estadio de fútbol. Quedan solo dos días para que la lancha vaya a Iquitos, lo último que debe hacer es esperar.

Llega el día, ansioso despierta y observa a su madre preparando el desayuno, hoy como muchos días tocó té con pan, y algo de pango del día anterior. El semblante de su madre solo emana cansancio, sus ojos reflejan la tristeza de una vida robada, perdida y condenada a la monotonía de la pobreza. Aunque no todo en la vida de su familia son penurias, y no siempre todo fue tan malo, Bernaldo no deja de pensar en la miserable realidad que ahora le toca vivir a él y su familia. Escucha la voz de su padre llamándolo: “Bernaldo, hijo, ven. Ayúdame quiero ir al baño”, sin titubear va y ayuda al enfermo padre, la tuberculosis lo ha dejado cadavérico, es solo huesos y pellejo. El dolor que le causa ver a su padre en ese estado no frena sus deseos de ir a Iquitos, “es hoy o nunca”, se dice mirándose de frente a través del resquebrajado espejo que ha estado en su familia desde tiempos inmemoriales.  Cae la tarde y es momento de ir al puerto, una vaga nostalgia invade su alma.  Mientras camina observa a sus amigos que con una mano al aire lo saludan y lo invitan a jugar, pero hace caso omiso y continua su camino, es “ahora o nunca” se vuelve a repetir y su corazón parece detenerse por un instante, llego el momento de dejar Santa.  Los trabajadores de la lancha “San Ignacio” andan distraídos recibiendo las encomiendas, pesados bultos llenos de carne del monte invaden con su olor las instalaciones del transporte. En la parte de arriba los pasajeros van acomodando sus hamacas para el viaje, la mayoría comerciantes y campesinos que hacen el último viaje de venta antes de las fiestas de fin de año. Y con el tumulto y el desorden Bernaldo logra ingresar, sabe que en la parte de arriba con los demás pasajeros corre peligro, es un polizonte, nadie debe percatarse de su presencia. Se las ingenia para ayudar a un viejo campesino que quiere dejar una carga, deja el costal de yucas y se introduce en un pequeño espacio entre dos listones que sostienen la parte de arriba de la lancha y coloca delante suyo el costal. Solo toca esperar, será un día y medio de viaje, lleva en su pequeña mochila 5 panes y un poco de té de la mañana, siente que puede lograrlo. Pese a las dificultades, dolores de espalda e intenso frío de las madrugadas que recorre las rápidas aguas del Napo logra llegar al Puerto “RAMSA”, es 24 de diciembre. Se hace pasar nuevamente por cargador de bultos y escapa del lugar. El sol brilla como nunca, la ciudad de Iquitos lo recibe con el abrazador calor que sofoca, que empapa de sudor las espaldas de los chaucheros del puerto. Un atónito Bernaldo mira cuidadosamente el desafiante ir y venir de los motocarros, los rostros desanimados de algunos lo invitan a preguntarse el porqué de sus expresiones. Alguna vez escuchó decir a uno de sus primos que tomas la mano izquierda saliendo del puerto llegas a la plaza de armas, y eso es lo que intenta hacer. Su mirada se pierde al llegar al “Mercado de Productores”, “es mucho más grande que el mercadillo de Santa”, piensa. Asombrado presta su atención al reloj de la iglesia Matriz desde un banquillo que está justo enfrente de la puerta principal del recinto religioso. Dos turistas toman fotos, y uno le pregunta: “Hey chico, puedo sacarte una fotografía”, con el rostro cansado Bernaldo solo asiente, “Gracias, amiguito”, y los gringos continúan su marcha. Una viejecita de torvo andar camina meditabunda ofreciendo bizcochos y él compra dos, “gracias papito, feliz navidad”, dice con cierta dulzura la anciana. La calle Próspero y sus tiendas genera en él ansias de poseerlo todo, quiere entrar a cada tienda, pero cada vez que se acerca a una, la persona encargada de la seguridad le dice que no puede ingresar, “¿Qué haces chibolo?, retírate, no puedes entrar acá”, y la tristeza invade su alma por un segundo. Sin embargo, Bernaldo no deja que el rechazo lo deje cabizbajo, sigue su camino por la Próspero, quiere continuar su incursión en Iquitos y espera que nada lo detenga. Las luces y los anuncios publicitarios de las numerosas tiendas lo marean, recuerda que solo ha comido pan, té y dos bizcochos por casi 3 días. Mete su mano al bolsillo para sacar el dinero que prestó y no encuentra nada. Su mirada se pierde, un leve temblor recorre su cuerpo, se asusta. Vuelve a introducir su mano en el sucio bolsillo del pantalón y nuevamente no encuentra nada, pierde el control de cuerpo y cae de rodillas al pavimento. Las lágrimas comienzan a brotar de sus tristes y cansados ojos, no hay nada que hacer, ha perdido todo el dinero. Un tipo gordo y maleducado lo mira con asco y le grita que salga del camino, “muchacho, quítate, no ves que estorbas, carajo”, Bernaldo se levanta y no sabe qué hacer. Desconcertado comienza a caminar de regreso a la plaza de armas, mientras la gente apresurada hace las compras para la noche buena y pasa sin darse cuenta de su presencia, es tan solo un fantasma, una vida sin importancia, una vida oculta que nadie quiere descubrir. El boulevard lleno como todos los años en navidad se convierte en el refugio de Bernaldo, escucha a los cómicos ambulantes y olvida por un instante la incertidumbre de su situación. Baja las escaleras y se sienta a contemplar la luna desde el balcón que separa el río Itaya de Iquitos. Dos chicos con ropas malolientes y harapientas, se acercan a él mientras inhalan terocal de una bolsa. “causa, causita, ¿por qué tan solo acá?, no quieres un poco”, declina la oferta y empieza a caminar, “No seas maricón, causa, al final vas a volver, todos vuelven cuando se cansan de caminar”, le dice uno con el aliento apestando a terocal y trago barato. Recorre el malecón pensando en su familia, sobre todo en su madre que debe estar preparando lo poco que consiguió en el mercadillo, la cena navideña siempre fue un asunto muy importante en él. Camina observando a las personas, todas con una sonrisa en la cara, todos disfrutando de sus seres queridos. Un pequeño niño llama su atención, juega con su padre feliz, pero a la vez parece no querer estar allí, se acerca a su progenitor y le dice: “quiero ir a la casa, papi”. Bernaldo desea estar en su hogar, Iquitos solo reforzó el amor por su familia, no se arrepiente de haber hecho el viaje, pero si extraña a los suyos, desea estar con ellos. A su alrededor solo miradas extrañas, rostros ajenos a su realidad, la cordialidad de su pueblo jamás se comparará a la frialdad con la que actúan los citadinos.  Empieza a vagar por los alrededores del boulevar, tiene hambre, y parece que su cuerpo ya no resiste, siente que en cualquier momento perderá el conocimiento. Con sus últimas fuerzas intenta llegar a una conocida pollería, no queda más remedio que mendigar por un poco de comida. Sentado tomando café una taza de americano en “Cajuesiño”, un ex profesor de Santa Clotilde lee “El Archipiélago de Sierpes” y se percata del deambular de un joven a través del vidrio. Lo ve caer y va directo a su encuentro. “Bernaldo, ¿qué haces acá, hijo?, le pregunta desconcertado, “Quería conocer Iquitos, profe, y lo hice”, “¿Con quién viniste?, ¿y tu familia?, “Ellos están en Santa, profe, vine solo”. El profesor pone en sus espaldas a Bernaldo e ingresa con él a la cafetería mientras que los trabajadores de “Cajuesiño” no dejan de sorprenderse, un viejo cliente piensa en silencio: “el café jamás ha tenido mejor sabor que en esta noche buena”.

Por: Chico KID