ABUSO ENTRE LAS SOMBRAS

Entre las sombras de cualquier madrugada, bajo el amparo de los gallos cantores y no candidatos, de las gallinas en el corral propio y no ajeno, de los piantes pollos y no a la brasa, los indómitos muchachones de la empresa de agua potable, cavan y cavan en silencio, en secreto. Como ánimas nocturnas, se esmeran hasta el sudor y la fatiga pero no buscando algún lago subterráneo donde abunde el líquido elemento que casi nunca llega a los pobres hogares. Cavan y cavan como locos para cortar el servicio que nunca prestan, para quitar el agua que pocas veces sale de los grifos y duchas. ¿Cómo se llama eso?

Entonces, los cortes acuáticos de ahora se ejecutan por lo bajo, sin que se entere el dueño de casa, sin que nadie sepa nada. Esa costumbre es extraña, por decir lo más cómodo. Como si se tratara de un delito o de un acto inmoral, los cortadores no preguntan si va a llover y meten las palas. En el pasado cercano, pese a que el servicio era igual de malo, la empresa consideraba al usuario como una persona de primera categoría y antes de proceder al corte le pedía al ciudadano (a) que les mostrara los recibos. Ahora, nada de eso. Entre las sombras nada más hacen sus cosas, como en el bolero nada cantinero.

El inconveniente de ese tipo de corte temporal ocurre cuando el usuario no debe ni un centavo por el pésimo servicio. Es decir, que paga puntualmente su falta de agua. Por error involuntario, por falta de luz, por ruido de las aves de corral, por labor del sueño entre los cortantes, eso viene ocurriendo en esta ciudad. Para evitar eso, para impedir el corte a alguien que está al día, así se bañe donde el vecino, sugerimos a los mandamases del agua, que es vida, cuando hay, que se pongan las pilas y vuelvan a lo de antes. Es decir, que los clandestinos cortadores no sean tan madrugadores, que duerman hasta la salida del sol y que luego llamen a la puerta para pedir el recibo. Eso sería mejorar el servicio.