Cuando leemos la obra de José Carlos Mariátegui “Los siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, el Amauta con su pluma acerada (reconozco que me más me entusiasma González Prada) ingresa a la floresta, se inhibe de comentarla y deja el testigo a Miguelina Acosta. Cuando leía esta parte del libro, confieso, que me llevé una desilusión, se pasaba por la selva casi furtivamente y con excusas. Fue honesto Mariátegui en no comentarlo pero también, y concurrentemente, los ensayos desde su nacimiento salieron cojos. Faltaba la selva pero nadie observó en ese detalle ni se incomodó en repararlo. Pareciera que sin la selva Perú estaba completo, nadie reparó en ese fastidioso vacío. Pero esta actitud del Amauta ha persistido casi a lo largo de la bibliografía sobre la floresta. Esta no estaba integrada a ese todo que se llama Perú. Por lo general, siempre es un apéndice. Una nota aparte rebosante y aliñada de exotismo. La selva y su inmensidad siempre han aturdido a los ensayistas. La maraña y sus historias, por lo general, es una historia aparte, un país (en el sentido literal del término) diferente. Les desbordan sus parámetros, sus visiones. Y entonces se producen las razones esquivas, las excusas rebuscadas, las tardanzas justificadas. Desde entonces, sobre la selva hay ese defecto congénito. Todavía está pendiente ese ensayo completo sobre la floresta. Los que existen te dejan con mal sabor de boca. Quizás la excusa honesta del Amauta sea un motivo feliz para los amazónicos y no amazónicos para tratar de lograr ese ensayo que falta. Desde ya lo presupongo que esta debe ser coral y descolonizadora. De muchas voces y sangres.