Estos días de fin de año lo que abunda es la publicidad en situación superlativa, estoy machacón con este tema por la situación de indefensión en la que nos encontramos los consumidores. Vas en el autobús, metro, en bicicleta te topas con la publicidad en las narices. A raudales. Cuando entras a internet ni les digo hasta en el correo electrónico hay una valla publicitaria, somos carne de cañón. Te penetran hasta por los oídos. Llegas a casa enciendes el televisor y el aparato vomita sin parar avisos publicitarios de toda índole. Guapas mujeres seducidas por hombres y viceversa. Es explotar o pervertir las emociones (en este caso, el deseo sexual), en eso los publicistas son unos especialistas del mal. No hay publicidad inocente más cuando miro avisos comerciales edulcorados sobre el amor filial o paterno mezclado con intereses comerciales, los aborrezco. Te pueden ofrecer productos de cuestionada calidad y te dicen que son los mejores. Los consumidores y consumidoras estamos en una situación de altísima vulnerabilidad por la publicidad engañosa. Pueden vender refrigeradoras en el Ártico, les aseguro. Antes que el Estado español salvara a un banco de la quiebra éste hacía publicidad que los valores bursátiles que emitían eran de los mejor del mundo mundial y era todo lo contrario, sin señalar los casos de corrupción de cuello blanco al interior del banco. En este mismo rollo de los publicistas, no entiendo que los valores de un banco o de un producto (que en el caso del banco es generar utilidades con dinero suyo o ajeno pero ganar) puedan ser transferidos a un deportista. Sí veo a Ronaldo, a Messi o Gasol o cualquier otro deportista o artista haciendo publicidad de un banco o cualquier otro producto, sinceramente, no me fiaría. Dudaría del banco y, claro, de los publicistas que lo han elaborado. Ellos, los deportistas, tienen la misma o peor información que yo. Me escamo al verlo y cambio de canal desde el mando a distancia. Y desgraciadamente esta publicidad que nos llueve es casi a diario y es difícil escapar de ella. Es una “zona de contacto” en la que los publicistas aprovechan de la asimetría existente, pero como consumidores podemos hacerles las puñetas y mandarles a freír mono en sartén de palo, como decía mi madre.