Ernesto estaba en Sierra Maestra. Él sabía –Fulgencio Batista lo había repetido en varias oportunidades- que quien dominaba esa zona tenía en sus manos toda la isla grande. Ya estaba ejecutando un plan de destrucción de los cuarteles militares. Y conversaba con los pobladores que radicaban en las zonas aledañas. Lo primero que preguntaba a hombres y mujeres era si sabían leer y escribir. La mayoría respondía que no. Eso le irritaba. Al momento pronosticaba que cualquier revolución que no empezara por enseñar a leer y escribir a la gente terminaría en fracaso. Le importaba más que alguien sepa leer y escribir antes que conocer el manejo de las metralletas y fusiles. Y así iba por ese mundo inhóspito y fascinante impartiendo sus postulados. Lealtad era una de sus palabras más recurrentes. Después, lo demás. Luego, todo. Sesenta años después de pronunciadas esas frases me persiguen. Me colocan en la frontera misma del insomnio y la somnolencia. Me paralizan hasta el sopor y me inmovilizan hasta la dejadez.

No es importante llegar al poder sino saber qué hacer con él, es una de las frases grabadas en piedra que a pesar de las gotas de agua que caigan sobre ella nunca se borra. Todas esas frases dichas gracias a la lectura compulsiva que quizás los bronquios deteriorados le impusieron. Pero no importa el origen sino lo que provocaron en él.  Inconformismo, revolución, majadería, iconoclasismo, sentimentalismo y todo lo que sea y sirviera para romper el (des)orden establecido. Las lecturas hicieron de él un tipo que dejó la Medicina para entregar toda su humanidad a una causa que la creía justa y necesaria y que la llevaba como un apostolado mucho más grande que cualquier juramento hipocrático que ya sus colegas confundían con la hipocresía más pura y contaminada a la vez. Las lecturas que su niñez enfermiza le mandó como destino marcaron el sino de su vivencia y combinaron estéticamente con el recorrido que hizo desde su natal Argentina por todo el continente amerindio con paso sistemático por el leprosorio que le cambió la existencia y le convenció que el único camino por el que debía transitar era el intento de reducción dela brecha entre los que tienen mucho y los que no tienen nada. Esa combinación perfecta entre la teoría y la práctica. Ese complemento insustituible de deseo y realidad. De dar y recibir.

Por eso, cuando el destino me permite recorrer algunas aulas de universidades norteamericanas acompañado del poeta Percy Vílchez, me detengo un instante para cerrar los ojos y recordar al legendario Ernesto Guevara de la Serna ya sea en Sierra Maestra con sus frases maestras o ya sea en la capital del imperialismo afirmando que toda revolución tiene que usar la violencia, irremediablemente. Y no me refiero a la violencia de las armas sino a la de la comprensión, la lectura y la escritura. Recordarlo inmortal y permanente. Y aunque no seamos capaces de siquiera leer como él, escribir como él, menos pensar y actuar como él, este paso norteamericano nos convence que no habrá revolución sin gente que sepa leer y escribir, comprender lo que lee y pensar lo que escribe, me refiero.

1 COMENTARIO

  1. Por eso en 2016 no permitamos que los mismos corruptos lleguen al poder. La lectura nos humaniza y hace que detestemos todo acto inmoral, no civilizado o anti etico. Los periodistas concientes de esta situacion deberian promover en todos los frentes, con campañas agresivas de fomento de la lectura. Desterremos tambien el analfabetismo funcional que es peor que no saber leer ni escribir. Un pueblo inculto es facil de manipular y engatuzar. No hay pueblo desarrollado conviviendo con el analfabetismo, la pobreza intelectual o la miseria moral. Las autoridades estan llamadas a promover espacios de cultura, de aprendizaje. En vez de gastar plata en fiestas, promuevan concursos literarios, campañas de alfabetizacion o circulos de estudio.
    Es hora de salir del circulo vicioso. Loreto nos necesita libres y cultos.

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