En la ruidosa ceremonia del adiós, después de la sesuda conferencia donde demostró que Loreto andaba bastante rezagado, el líder del partido de la suma, procedió a sortear un cuy entre los asistentes al local de la plaza 28 de Julio. El animal era aconejado, gracioso, digno de variadas ternuras, pero no pudo enriquecer la asaduría o la parrilla, ni logró pasar por algún cuerpo para sacar saladeras, malas suerte o dolencias, y ni siquiera consiguió convertirse en atracción de tómbola. No por finura de raza o por melindre zoológico, sino porque estaba tan mal alimentado, tan encebado que había caído en el desvío conocido como obesidad animal.
En las fotos que quedaron después de su partida de lquitos, se podía ver a un cuy al cuadrado, más grande que sus hermanos de raza, más ancho que muchos seres humanos. No cabía en ningún corral o granja y, lo peor de todo, es que no podía ni mover sus orejas debido a la abundancia de grasa en su cuerpo. Para moverlo fue necesaria la presencia de 8 cargadores del puerto de Belén, los cuales tuvieron que caminar a duras penas varias cuadras para depositarle en la sala del infortunado ganador del sorteo. Desde entonces las únicas cosas que hacía el cuy, compulsivamente, era dormir y comer. El pobre dueño se arruinó, puesto que la alimentación de la mascota era no solo abundante sino de una calidad digna de un paladar exclusivo.
El obeso cuy comía de todo, y a la carta. La desesperada opción del chactado, como un consuelo familiar, una venganza del paladar, no fue posible debido a que el cuy de marras no tenía ni un milímetro de carne. Era una entidad de grasa. La única salida fue tratar de vender el regalo ppkuysista a una fábrica que usaba la grasa animal como un insumo.