EL REFUGIO DE LOS OBESOS

La venus de Millendorf, una estatua pequeña desfigurada por el mucho comer,  es una prueba de que la gordura es humana. La necesidad de comer puede degenerar en un vicio mayor, del cual es imposible. El gordo simpático y divertido, el gordo que alegra la fiesta, es una imagen falsa y perversa. La obesidad no es ninguna parranda. Es una enfermedad voluminosa, una rechoncha epidemia que en este siglo se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza. En el índice de la panzonería terrestre,  un país insospechado ahora anda en la vanguardia. El tequilero y nada menos México superó  a los norteamericanos que ganaban la punta cada año con la abundosa ingestión de la famosa comida chatarra. Pero ese primer lugar en vez de ser una ventaja es una tragedia.

El estado mexicano de Tijuana se ha convertido en el centro de la visita de obesos que anhelan cambiar de destino. Cada mes ese lugar recibe a unos 500 gordos extremados  que buscan tratamientos milagrosos, operaciones y cambios en sus cuerpos deformados por el mal comer. No se trata ya de cambiar de hábitos culinarios, de ejecutar dietas adelgazantes, de tratar de disimular la desgracia personal de haber sido colonizado por la grasa. Es la hora de soluciones drásticas, lejos de la buena mesa, de los humeantes preparados, de las sazones abusivas,  de los excesos a la hora de alimentarse.

En la historia cuchillera de la cirugía, la operación cortante, el cosido inevitable del paciente, figurará por los siglos ese sitio porque se ha convertido en un refugio, en la salvación posible,  de los que no pueden más con sus almas y con sus grasas. Todo por abandonar las filas de esa peste contemporánea, de ese mal que cada vez cobra más víctimas. Esperamos que nuestro país, patria  de gastrónomos activos, donde los cocineros parecen heraldos del porvenir,  no caiga en esa desgracia. Esperamos que en algún momento aprenda a comer.