LA CÁRCEL DE LOS PRESOS LIBRES

En el cerrado mundo en que viven, en el mundo de las 4 esquinas, donde siempre es lo mismo, los presos de este país pueden hacer lo que les da la soberana y regalada gana. Muy corajudos, muy orondos, pueden pedir las llaves a los carceleros y salir a dar unas vueltas por el perejil. Pueden entrar a los bares de los malandrines a cantar melodías de la prisión y la chaveta. Pueden ir de amanecida con las fojorofas. Pueden hasta asaltar como en los buenos tiempos.

Nadie, ni la suegra de Toledo, puede decirles nada, porque armarían un escándalo ya que los otros estarían conculcándoles sus derechos. Las prisiones peruanos deberían ser como hoteles o pascanas para albergar un rato a los delincuentes. Los presos tendrían que gozar de los mismos derechos que cualquier persona que se viste y calza. La absurda vida libertaria de los encerrados es lo único que nos queda, como un burla, luego de volver a escuchar el estiércol de los razonamientos de los mafiosos fujimontesinistas. Todo para justificar las llamadas telefónicas realizadas por el terrible ingeniero. La entraña pícara que les une como una ideología de arrabal late por ahí. Nunca admiten los hechos, distorsionan la verdad, juntan el agua sucia para sus molimos en su afán de mentir y mentir para que algo quede.

“El país delincuente”, terrible frase con que se conoció al Perú con ocasión de los escándalos ocasionados por Enrique Meiggs, anda vivo y coleando con esas conductas públicas como un lastre de estos tiempos. Es difícil que muera esa tendencia que sacó a relucir el ingeniero y su socio mayoritario. Porque está arraigado en el Perú corrupto de antes y de siempre. En las granjerías del poder, en los pactos debajo de la mesa, en los padrinazgos abusivos, en los dolos de las relaciones comerciales, en el transfuguismo de los políticos y en tantas cosas más de la alcantarilla nacional.