EL BOTÍN DE LAS BOTELLAS PERDIDAS
En el botín de los amigos de lo ajeno, en las alforjas de los últimos asaltantes de esta ciudad, no debieron durar mucho las flamantes cajas de cerveza que robaron del bar El Cocodrilo. Agua codiciada, líquido mayor, licor populoso. Ese espumeante elixir bien pudo desaparecer en las gargantas de los groseros atracadores como una celebración empinadora de la reciente faena, donde también se llevaron un equipo de sonido, ollas, platos y cucharas. Esas botellas completas de achispamientos, mareaciones y hasta diablos azules, también, pudieron ser vendidas a precio rebajado a algún bodeguero inescrupuloso. De cualquier modo esa bebida espiritual o espirituosa no existe más.
En la décima cuarta cuadra de la Calle Próspero el citado bar luce desolado. No hay clientes entre vasos y colillas. No hay cervezas a disposición de los parroquianos. No hay la música cantinera. Hay miedo a la repetición del gusto. O sea del atraco inesperado. Cualesquiera haya sido el destino final de esas botellas, es una gran pérdida, una tremenda resta. No solo por el perjuicio a la dueña, Sarita Bazalar Magipo, que tendrá que esforzarse para volver a levantar el negocio, sino porque en la presente campaña electoral esas cajas, regaladas en público, donadas en algún mitin, hubieran significado votos.
La campaña electoral arde cada vez más, como un licor en llamas. Estamos entrando a la radicalización de las propuestas, a la desesperación por ganar, al todo vale. El repentino robo de esas cajas del bar belenino es tan solo un revés provisional, una mala noticia que pertenece al periódico de ayer. Ahora se impone una ley seca forzada hasta que los candidatos mejoren en las tantas encuestas y, gracias a las cifras reales o falsas, reciban el apoyo de avispados financistas que podrían incrementar la licorería política, la tragoteca de las urnas, con sendas y robustas garrafas, toneles, buyones repletos de cerveza, pisco, ron, aguardiente y sus derivados de fuego.