MAURILIO: TRECE AÑOS DESPUÉS
Mientras pasan los años los recuerdos se van diluyendo, las cosas van perdiendo su sentido, las personas son menos recordadas. Así actúa la vida con su paso inexorable, con las nuevas experiencias que van soterrando las anteriores, con las nuevas personas que van apareciendo en nuestras vidas y es que el ser humano por su propia naturaleza es un ser en constante cambio, en constante evolución, en constante crecimiento. Trece años después es natural que muchas cosas se hayan olvidado, que muchos recuerdos se hayan marchitado, que muchas personas hayan desaparecido de nuestras vidas. Trece años después es muy comprensible todo esto. Trece años después también es muy sencillo que los recuerdos, las experiencias compartidas, la vida misma se mantengan intactas, impregnadas en nosotros, como detenidas en el tiempo cuando hablamos de alguien como Maurilio Bernardo Paniagua.
Trece años después de su fallecimiento es muy sencillo tener presente a aquel sacerdote español, nacido en Castilla de León, y que ejerció el sacerdocio en la selva peruana. Fue docente en colegios como Mariscal Oscar R. Benavides y el San Agustín de Iquitos. Enseñaba, por supuesto, el curso de Religión y también Filosofía. Fue promotor de la creación de grupos juveniles religiosos que acercaron las enseñanzas cristianas a la práctica de vida, grupos que hasta ahora existen con nuevos jóvenes que tomaron la posta a aquellos jóvenes de la década de los 60 ó 70. Convirtió su curso de Religión en un espacio de debate, de cuestionamiento a lo establecido, de búsqueda de respuestas permanentes.
Me tocó la suerte de ser alumno suyo en el colegio San Agustín entre los años 1984 y 1985. Antes, en el año 1975, cuando acudí por primera vez al colegio para mi primer día de clases en primer grado de primaria, de la mano de mi madre, fue precisamente él quien me recibió en el portón antiguo del colegio de la calle Grau, en la zona donde ahora se ubica el auditorio. En ese entonces ya Maurilio había sido profesor de mis tres hermanos mayores.
Todos en el colegio sabíamos quién era Maurilio. Aquel sacerdote de voz ronca, alto, que daba la impresión que siempre había tenido el cabello plateado, que se paseaba constantemente por las instalaciones del colegio, cuidando y hermoseando las plantas, además tomando fotografías a todo lo que fuera digno de retratarse (dos de sus grandes pasiones). Conocerlo como profesor fue una gran experiencia de formación. Maurilio fue de aquellos sacerdotes que concebía su vocación como un apostolado, para quien el servicio era la razón de ser del cristiano y no de la boca para afuera sino como práctica de vida. Sus clases eran muy reflexivas utilizando aquella separata de tapa naranja llamada Liberación que era un instrumento subversivo en aquel entonces, en pleno auge de la Teología de la Liberación.
Como en toda relación de amistad y conocimiento personal que surgió desde entonces con Maurilio, no todo fue color de rosas. Hubo momentos de desencuentros marcados por lo que él pregonaba como correcto para los cristianos y lo que pretendíamos nosotros como jóvenes que en ese entonces creen saber todo de la vida. Hubo resentimientos por algunas decisiones tomadas desde la dirección del colegio y que nos enfrentó como alumnos, al extremo que el año que egresamos del colegio no tuvimos fiesta de promoción, despedida oficial del colegio, nada, simplemente nos abrieron la puerta posterior (aquella que da a la calle Moore) y nos dijeron: váyanse. Cosas que también nos marcaron.
Maurilio Bernardo Paniagua fue un sacerdote español que estaba muy lejos de ser un santo pero fue un excepcional ser humano. Si la mitad de los sacerdotes católicos fueran como él este mundo sería otro y no existiría esta crisis religiosa que es un cáncer para la iglesia católica, pero eso, lamentablemente, es otro cantar. Siempre estaba dispuesto a escuchar y a conversar y no para llenarte de consejos e indicaciones sobre la vida, sino para por medio de la conversación y el debate reflexionar y llegar al camino correcto a la interpretación adecuada, a la búsqueda permanente que es el gran resumen de nuestra vida.
Al iniciar este escrito mencioné que trece años después es muy sencillo que los recuerdos, las experiencias compartidas, la vida misma se mantengan intactas, impregnadas en nosotros, como detenidas en el tiempo cuando hablamos de alguien como Maurilio Bernardo Paniagua, porque él con sus enseñanzas, con sus conversaciones, con su amistad sincera, con su apostolado, con su complicidad con los jóvenes, se quedó eternamente con nosotros y no como un recuerdo, sino como algo vivo al haberse incorporado en nuestras formas de interpretar la vida. No puedo cerrar estas líneas sin dejar de recordar algo que siempre decía a los jóvenes y que demuestra la importancia que les daba a ellos y que además evidencia que Maurilio fue un hombre que vivió hasta hace trece años atrás pero que podría incorporarse perfectamente en este 2013. A los jóvenes nos decía: “No se dejen llamar futuro del país, o son presente o no lo serán nunca”. Un llamado directo a actuar ya. Ese era Maurilio.