LADRONES DE AHORA
La imagen del ladrón esquinero o cuadrador sorpresivo o billetero con fuga o escalador nocturno o de otra modalidad que desconocemos, es obsoleta. Son cosas del pasado, de un posible museo del hurto, el puñal pendenciero, la chaira afilada o no, la ganzúa providencial, la violenta pata de cabra. El amigo de lo ajeno, la única forma de amistad para algunos, ha perdido su mirada siniestra, los innumerables cortes producidos en broncas callejeras con otros pendencieros. El choro de estos tiempos es un sujeto pulcro, bien vestido, mejor alimentado, que parece una joya decente, un respetable ciudadano, una mansa paloma torcaza, que ni siquiera usa pistola de juguete para engatusar a sus víctimas.
El astuto ladrón del presente es un ciudadano emprendedor, que cree en el libre mercado, en la inversión extranjera. Es posible que hasta estudió quemando sus pestañas y su barba, puede tener su cartón de bachiller o de master y no se siente servidor del grande Caco, ese ser pasado de moda. Todavía no tiene una divinidad que lo represente y no caería nunca en un rastrillaje o una batida o una redada. Es posible que recite en silencio, de memoria y mientras roba, el poema Isla en el lago, de Ezra Pound que es una oración a Marte, el dios romano de los hampones de acanga y de más allá de la frontera. Es un ser solitario y suele jugar al pocker o la guerra virtual o escuchar música, antes de entrar en acción. Es decir, se divierte, se relaja, como si robar fuera una parrillada. El arma que usa es la famosa computadora.
Entonces apareció en el mundo del hampa el todavía desconocido o no bien medido el ciber ladrón, el cutrero del espacio, el choro de las redes sociales. El asunto se vuelve más complicado porque no solo se trata de asaltantes individuales, sino de ladrones financiados por las grandes potencias. El robo cibernético es oficial, es estrategia estatal, y desde lejos se puede zamparse prácticamente todo. En eso ha desembocado el pueril, aparentemente inofensivo, chateo.