LOS IDIOTAS DEL LIBRO EN LAS AULAS (III)
Los idiotas de Flaubert, Bouvard y Pécuchet, esos compadres que leían tanto para no entender nada, eran buenos tipos, mansas palomas y bastante cándidos. Es ser como ellos, permitir todos los años que en Iquitos se celebre una supuesta semana de la literatura infantil selvática, homenajeando al señor Casanova. Esa farsa cantada, esa mentira monumental, es una ofensa a la memoria de los antepasados, es un gasto inútil, un ejercicio de ciertas vanidades y, también, contribuye a ese desastroso último lugar, a esa lamentable retaguardia en comprensión de lectura. Porque pervierte la historia, desdeña el esfuerzo ajeno, ningunea o aplasta a los verdaderos pioneros de ese rubro. En estrictos términos de la maraña del Perú, la literatura infantil y adolescente, comenzó en la olvidada revista Trocha. Allí, en secciones especiales, los trocheros publicaban cuentos y poemas dedicados a los estudiantes. Otra cosa es si acertaron. Ello es otro tema.
De todo ese esfuerzo del pasado, que dignifica al magisterio regional, quedó un cuento aceptable y que pertenece al canon nacional: El bagrecico de don Francisco Izquierdo Ríos. Todos los años, en algún momento, se debería rendir homenaje al esfuerzo pionero de esos adelantados. Se debería publicar esa revista o esa sección, en copia o con nuevo formato. Se debería editar masivamente ese cuento de Izquierdo Ríos, junto con otros de su cosecha, para que los estudiantes conozcan la aventura de un modesto pez amazónico que arriba al mar. Ese viaje es toda una metáfora del hombre de los bosques que fue el primero en conectar todo el territorio que después se llamó Perú. El señor Javier Pulgar Vidal lo dijo con contundencia total: ninguna cultura de este país de milenios deja de tener rasgos selváticos. Hasta la Dama de Ampato, la momia Juanita.
La estatua, que por error, por ignorancia o por simple comodidad, se levantó a ese impostor de las aulas, el señor Casanova, debería ser levantada con la figura de don Francisco Izquierdo Ríos. Pero el gran tema de estos tiempos no es el impulso de la estatua y su mensaje secreto. Es cómo salimos de esa cola infame. Lo primero que tenemos que hacer es acabar con la perniciosa influencia del señor Hernán Garrido Lecca, el gurú de los libros malos para los salones en el Perú.