Las hermanas de la Magdalena
Uno de los refugios, o hablando en plata, los centros forzosos de las mujeres que no cumplían con determinadas conducta de la moral católico cristiano en Irlanda eran las lavanderías de la Hermanas de la Magdalena. La película de 2002 está dirigida y escrita por Peter Mullan que da vida a tres muchachas que pasaron las penurias en esa lavandería o prisión. Una de ellas de carácter coqueto y vivaracha fue recluida allí. Otra por ser madre soltera, le cambian de nombre y le roban a su hijo para dejarlo en adopción [parece ser una práctica muy frecuente entre las instituciones católicas, aquí en España está el caso de cientos de niños y niñas robados por una monja; se ha descubierto hace unos días una red marroquí que robaba niños para dárselos a una monjas que la entregaban en adopción, previo pago, claro está] y a ella le dejan en la lavandería, y otra chica que era rebelde de cara a sus padres [su hermano logra una orden judicial y logra liberarla antes que a las otras dos protagonistas]. Todas ellas por adquirir la categoría social de “mujeres caídas” eran recluidas en esos predios del horror, incluían a prostitutas, madres solteras o mujeres que podían ser un peligro para las “buenas costumbres”. En esos terrenos del averno tenemos el abuso sexual y psicológico a Crispina, una chica con retraso mental quien tuvo un hijo que fue entregada a su hermana y a ella le recluyeron. Esta muchacha discapacitada era abusada sexualmente por el modélico cura del convento. Las chicas que querían huir eran domeñadas bajo el rígido brazo de la hermana Bridget, una de ellas la más pertinaz en los planes de huida se hace monja. A Crispina la llevan a un sanatorio y ello conlleva a la rebelión de dos de ellas que logran salir del convento, huyen sin mirar atrás y cada una rehace su vida. Es una historia que escuece la conciencia.