EL POETA DE LOS VERSOS REPENTISTAS

En la década del cuarenta del siglo pasado, en Iquitos, dominó la figura de un poeta que se volvió popular de la noche a la mañana. Era su nombre Jorge Runciman Rivasplata, su sobrenombre era Cocoliche  y su musa inspiradora era repentista, cotidiana, vecinal. En versos improvisados, escritos a vuela pluma, distribuidos en un lenguaje coloquial, el aludido hacía escarnio de cuanto tocaba. Pero no ahondaba mucho en su crítica. Al parecer, buscaba más la aprobación del respetable, que tomar partido contra lo que escribía.

En los periódicos de la época, La Razón y el Eco, principalmente, Jorge Runciman escribió casi a diario, tomando como motivo de sus versos cualquier hecho más o menos interesante que él sacaba de su contexto noticioso para dotarle de una leve burla, de una contenida ironía. El tema político, siempre jugoso, siempre proclive al ataque contra alguien, era probablemente el rubro preferido por su facilismo para escribir. Porque Cocoliche escribía como si respirara.  En cualquier parte, el trabajo, el café, el bar, improvisaba sin mayores trabas y los versos le salían raudos, exactos, precisos.

En su ejercicio del verso para los diarios don Jorge Runciman debió escribir unos trescientos poemas. Pero nunca pensó en publicar un libro con sus versos luego de hacer una escrupulosa selección o una esforzada antología. Eso nos sorprende de ese vate que se volvió popular y que popularizó a la poesía al ganar un espacio en los periódicos. Antes de él, los poemas ajenos o del lugar eran publicados de vez en cuando. Cocoliche hizo que la poesía se volviera obligación cotidiana, hecho diario. Pero el libro no entró en sus planes.

Al parecer, Cocoliche se contentaba con la corta fama del momento, con la felicitación o la admiración de los lectores. No le interesó ir más allá. Y eso fue un error. Porque don Jorge Runciman tenía su talento. Podía escribir con rapidez, pero eso no significa gran cosa en la literatura. Ello es apenas un paso que se puede perder en la simple muestra de una destreza. A Runciman le faltó cultivar ese don que comienza por desconfiar del facilismo en escribir, que sigue con el ejercicio desvelado de la lectura y continúa con el laborioso trabajo de pulir los versos.

En su diario versificar, en su referencia a nombres de personas y lugares conocidos, identificables por el lector y la lectora, Cocoliche ganó su público del instante. Era ese el auditorio callejero que le leía y le aplaudía. Eso le volvió célebre en ciertos sectores de la ciudad. Fue un poeta popular en una ciudad que se pretendía culta todavía gracias a lo que quedaba de la influencia cauchera. Gracias, también, a los pianos que podían adornar algunos hogares. Pero ese repentista afamado, ese versificador raudo, no fue más  allá. Se quedó en cero. Hoy nadie le recuerda. Nadie le lee.  Pero pudo tener otro destino.

El estrépito de esa pequeña fama provinciana fue su desgracia. Le impidió ir más allá, siguiendo sus habilidades, puliendo sus extravíos o sus excesos, evitando el facilismo como receta. Pudo ser nuestro Villon, nuestro Quevedo, salvando las distancias, evitando las comparaciones. Pero solo es ahora un curioso momento en nuestras flacas y áridas letras.

Escritor

Percy Vílchez Vela