La música del azar

La música del azar y la historia se enlazan en cada recodo del camino. En Iquitos, Perú, vivía en una calle de nombre Trujillo y en esta oportunidad, las fotografías testimoniales del caucho me traen a la ciudad de Trujillo, Extremadura, cuna de Francisco Pizarro. Sí, es la ciudad donde nació Francisco de Orellana, Fray Gaspar de Carvajal quienes se impregnaron de selva y bautizaron a un río caudaloso y del grosor de una inmensa anaconda con el nombre de Amazonas; sin olvidar a Francisco Pizarro. Nací a unos metros de ese río en la casa de mi abuela Natividad. Es así que por unos instantes el tiempo y la historia se han anidado en la memoria: las coincidencias de peregrinos del pasado y del presente, las imágenes de la floresta, el río Amazonas. Trujillo es un cruce de caminos.

La memoria visual del siglo XX ha sido la fotografía. Desde su invención ha testimoniado lo que ocurre en el mundo y en nuestro pequeño mundo. Casi nadie escapa a la tentación de hacer un clic de la cámara fotográfica. Se dispara a casi todo, no hay lugar inmaculado.

Esta premisa de la memoria visual fue usada para denunciar los crímenes de integrantes de pueblos indígenas en la zona del Putumayo, Perú. Fueron muertos por la codicia empresarial para explotar el caucho o goma blanca más allá de sus límites ante la demanda de la industria del norte económico. Cuando salieron las primeras denuncias sobre esos repudiables hechos el diario donde se publicó hizo unas viñetas de esos tratos crueles, la imagen era el referente. Curiosamente, la palabra urgía un aliado y ese cofrade perfecto era la imagen, y mejor la fotografía en blanco y negro.

Esto lo entendieron muy bien los y las denunciantes [como Miguelina Acosta, primera jurista amazónica] de esos asesinatos que mostraron cuerpos mutilados de indígenas y los que alegaban a favor de los caucheros, del progreso. En esta oportunidad a través de la muestra vamos a aproximarnos a una de esas voces, de los que estaban a favor de los caucheros. Ellos al muñir su defensa contrataron a un fotógrafo para que recorriera las estancias caucheras y fotografiara. El encargo era troquelar un argumento contra ese pesado zurrón y leyenda negra que cargaban. El autor de estas fotos se llamaba Silvino Santos, portugués de nacimiento y brasileño de adopción, además era familia política del cauchero Julio C. Arana. Santos fue uno de los pocos que logró filmar imágenes en esas estancias donde se explotaba el caucho. Lamentablemente, la cinta que guardaba esas imágenes se perdió en el fondo del océano.

La idea pergeñada era transmitir a través de las imágenes que los hechos denunciados no eran tales. Que en los centros de explotación del caucho se vivían pacíficamente y en armonía: caucheros, indígenas y el bosque. Ustedes podrán ver a mujeres indígenas de largas cabelleras mirando atentamente a la cámara, con cierto candor y sin sospecha alguna, como obedeciendo a las indicaciones del fotógrafo.

Como sabemos, las fotografías son arbitrarias. Tienen una intencionalidad la del fotógrafo o de quien hace el encargo. Recordemos las imágenes de W. Eugene Smith en Deleitosa por los años cincuenta en Extremadura. Estas fotografías de la muestra no escapaban a esa intención. Buscaban sanear lo que se dijo de ellos, un make up. Por eso recomiendo que sean “espectadores fisgones”, y vayan más allá del retrato que observan, que detrás de esta primera lectura tengan una segunda, y recuerden, que en el Putumayo se derramó mucha sangre que hasta ahora recuerdan los caciques Uitoto cuando se mambea, mastica, las hojas de coca en la maloca. Así tendrán una lectura más ponderada de lo que miran.

Estas y otras imágenes del período cauchero me espolearon para escribir una trilogía “El insomnio de perezoso”, donde se aborda el problema y dilema moral frente al sufrimiento ajeno. Desde la voz de un indígena racional como así llamaban a los indígenas mestizos hasta la romería detrás de un niño Uitoto que fue secuestrado y llevado a Londres para que estudiara en Oxford. Uno de los consejos es que debemos de librarnos de esa permisiva zona gris de falso estoicismo y denunciar el paso de las líneas rojas. Al cual no debemos ser indiferentes ni indolentes.

Finalmente, agradecer a todos y todas por venir a conocer un trozo de historia de la selva. Seguramente, los espíritus de Orellana y Carvajal esbozarían una sonrisa por este testimonio del trópico húmedo. Muchas gracias.

* Reseña que se leyó en la ciudad de Trujillo, Extremadura, España para la muestra fotográfica La Amazonía peruana y el caucho. Imágenes de una época, el 31 de enero 2013.

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