Marzo sin clases

En el calendario de los desastres antinaturales de siempre y jamás, el sector educación ocupa un lugar elevado y considerable. Nadie parece apto y capaz para acabar con sus males prehistóricos. El último lugar no le es ajeno en muchos rubros, en algunas materias. Sería de nunca acabar mencionar las deficiencias, las carestías y las desgracias, que afectan a ese rubro que debería ser la joya mimada por los presupuestos oficiales. El Ministerio de Educación acaba de anunciar, oficialmente, que el año escolar en todo el Perú, y sus manandurrias, comenzará este 4 de marzo. Ello no es tan cierto.

Porque en tantas zonas afectadas por la creciente en estos predios bosqueriles, ese desborde que ocurre cada año, que genera tantas ganancias a ciertos proveedores, las clases estarán suspendidas. Paralizadas como tantas otras veces. Como siempre. El lenguaje oficial esquiva, a veces, la realidad. En vez de hacer algo para superar ese abandono a los sectores más marginados de la sociedad amazónica, los burócratas se olvidaron de las víctimas de las elevadas aguas. Y no se hacen paltas y decretan que este 4 de marzo se iniciarán las clases. Y luego pasarán a cobrar.

Este mes de marzo del 2013,  mientras las bandadas de palomas regresan al vergel, como decía una vieja y muy torpe canción escolar, seguirá de largo para estudiantes de ambos sexos de las riberas, las fronteras, las aldeas. Es decir, los menos favorecidos, los marginados, los excluidos. El mandatario Ollanta Humala dijo algo importante en su última visita a esta plaza: no se puede decir que el Perú va bien si no hay desarrollo rural. Y la educación es una de las más importantes claves del progreso. ¿No se puede hacer nada, pero nada de nada, para que las escuelas de los remotos caseríos funcionen en plena creciente?