Los Asháninkas: la guerra, el bosque, la incertidumbre

Dentro de la exposición fotográfica Yuyanapaq, estrenada luego de la publicación del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), existe una fotografía particular que siempre me llamó la atención. Es la de un niño, mirando fijamente al lente, con los brazos extendidos. Tiene una enorme cicatriz que le atraviesa parte de la mejilla izquierda.  Se llama Lucio y es asháninka. La herida la hizo un terrorista de Sendero Luminoso cuando era muy pequeñito, simplemente porque se puso a llorar.

En la historia del país, usualmente plagada de omisiones, deformaciones y olvidos, aún no se ha logrado calibrar en su exacta dimensión el sufrimiento de los asháninkas, diezmados por la locura terrorista desatada entre los años ochenta y noventa.

Es imposible calibrar realmente lo que pasó con la nación asháninka durante los años del terrorismo sin pensar en un genocidio.  Los primeros senderistas llegaron a la zona, huyendo del cerco que habían dispuesto las fuerzas armadas en la sierra sur, apoyados por colonos que se dedicaban al cultivo de coca. El corredor natural de la huida fue, evidentemente, la selva central. También crearon una suerte de defensa que los cubriera. Ahí estuvieron los habitantes de la zona, para formar esa suerte de escudos humanos.

La política senderista respecto de los asháninkas fue generar cierta compenetración con algunos indígenas, que veían con expectativa esta llegada. Se generó una cierta división, pero al mismo tiempo una fractura. La invasión llegó por el lado de la confianza.

Así, se crearon Comités Populares, un eufemismo para generar verdaderos campos de concentración, donde los cautivos eran sometidos a trabajo forzado, esclavitud, tortura y, en algunos casos, ajusticiamiento. Los asesinatos de los rebeldes, con cuchillo o soga en el cuello, debían ser presenciados por su propia familia y, en el esplendor de la barbarie, después se obligaba a festejar con masato, risas y vivas al “Presidente Gonzalo” y la denominada “guerra popular”. Los asháninkas fueron sometidos por el miedo en primera instancia. Según testimonios dados a la CVR, los terroristas a veces paseaban con bolsas de arena que las hacían pasar por municiones.  Muy poco tiempo después, se empezaron a llevar a niños de entre 10 y 15 años con el fin de adoctrinarlos y prepararlos para servir como combatientes.

Lo más terrible llegó también como parte de la locura. Dentro de un plan salvaje y delirante, las mujeres asháninkas empezaron a ser violadas sistemáticamente. Uno de los propósitos ocultos era de generar un lazo inevitable entre la agredida y el agresor. Con los embarazos, se generaba también una relación extraña, en la que la madre dependía del senderista y a la vez el niño dejaba de ser completamente indígena. Una lógica perversa y letal.

En 1986, las estadísticas hablaban de la existencia unos 60 mil asháninkas. Luego de la guerra contraterrorista, las cifras son apabullantes y desoladoras. 10 mil de ellos fueron desplazados de sus territorios. Cinco mil permanecieron secuestrados o en condición de cautiverio. Entre 30 y 40 comunidades desaparecieron. Seis mil personas fueron asesinadas o murieron por efecto directo del conflicto, aproximadamente el 10% de toda su población.

La Comisión de la Verdad y Reconciliación ha testimoniado este momento dramático en la historia del país de modo muy particular. No solo como uno de los testimonios de un derramamiento de sangre que llevó a un virtual genocidio de un pueblo, sino también porque representa uno de los dolorosos capítulos que la guerra que decretó Sendero Luminoso contra los asháninkas no ha sido calibrado en toda su dimensión. En términos concretos, solo el exterminio indígena durante la época del caucho es comparable con lo que sucedió en la selva central entre los años ochenta y noventa.

Aún existen respuestas que no han llegado y soluciones que no se han logrado ejecutar. La memoria aún es frágil y los asháninkas siguen viviendo en una situación de expectativa y psicosis por la vuelta de Sendero, aliado natural del narcotráfico actualmente. La incertidumbre se mantiene. Es muy difícil que se pueda borrar el pasado.