ESCRIBE: Jorge Nájar.
A lo largo de las cinco décadas que llevo viviendo en País he sido testigo de la conversión de la tumba del poeta César Vallejo en un punto de convergencia de variada índole. No de un templo donde venerar la imagen o reliquia de un santo o de un héroe -aunque no falten quienes lo coloquen en ese rango-. Tampoco se trata de la metáfora del sepulcro del primer escritor mestizo que parió América.
La tumba de Vallejo se ha convertido en una “Paskána”, palabra quechua para nombrar un lugar de encuentro a lo largo de los caminos, un paraje donde se descansa o pernocta durante el viaje. Allí convergen poetas jóvenes y no tanto con guitarras, “mulitas” de pisco, hojas de coca, puñados de cancha. Y beben, cantan y bailan, para rendirle homenaje, discutir y debatir la importancia de su obra. No por eso hay que olvidar que también se ve sobre la loza, unas banderitas peruanas, escarapelas, tikets de metro y flores plásticas.
El “poeta brujo”, como calificó a Vallejo uno de los primeros lectores de Trilce, llegó a París a los 31 años, un 13 de julio de 1923 cuando ya había erigido dos de los pilares de su obra poética: Los heraldos Negros y Trilce. Perseguido por la venganza pueblerina, se fue del país y no volvió nunca más, pese a que se le presentaron algunas oportunidades.
¿Qué hubiera sido de su vida en su sociedad de origen y qué de su poesía?
Dudas. Suposiciones. Especulaciones vanas.
La vida está llena de complejidades en todas partes.
En París, en la urgencia de sobrevivir, consagró su tiempo al periodismo y a la militancia política, tanto que su más alta poesía pasó a convertirse en su jardín secreto. Los folios que ahora se conocen como Poemas Humanos fueron descubiertos por su esposa sólo después de su entierro, ocurrido el 15 de abril de 1938.
Sepultado inicialmente en el cementerio de Montrouge, al sur de París, treinta y dos años más tarde, en 1970, a iniciativa de su viuda, sus restos fueron trasladados al cementerio de Montparnasse.
Esa es la tumba que se ha convertido en escenario para el encuentro de los viajeros que pasan por París, herederos o no de sus aportes; un espacio donde muchas veces resuenan los ritmos de su intenso jazz de las cumbres.
Un lugar para la concentración y la transmisión que con el tiempo se ha convertido en un punto de convergencia para rendir homenaje tanto al poeta como a la tierra que lo vio nacer.
Allí los compatriotas cantan y bailan recitando sus poemas.







