Leía hace poco sobre la ciudadanía cosmopolita, aquella que se apoya en los clásicos de filosofía como los estoicos, Catón, Marco Aurelio que proclamaban ciudadanos de la gran ciudad – de hecho tengo un pasaporte como tal, sí, es de manera simbólica y tiene epígrafes de poetas, que al mostrar a mi padre sonrío casi de compromiso. Pero en estos tiempos de “transición paradigmática”, como llama el profesor portugués Boaventura de Sousa Santos, sería interesante plantearnos para una persona con cierto o mínimo bienestar pregonar sobre la ciudadanía sin fronteras puede ser frívolo o quedar vacío de contenido, y de hecho lo es, o se puede caer en la situación de ser un espectador indiferente, que casi moralmente es peor porque se vuelve cómplice, o contribuye con su omisión, de la situación que está pasando y no hacer nada. Desde mi sillón del Olmo leía las noticias de la migración venezolana a muchos lugares de América del Sur ¿los que se desplazan forzosamente  fuera de sus países por necesidad (por una crisis política, ambiental como en los países africanos) pueden invocar esta ciudadanía cosmopolita o es una situación cómoda/ de privilegio de una ciudadanía letrada?, ¿se puede hacer algo para cambiar las cosas? Lo más cómplice sería no hacer nada y seguir proclamando esta ciudadanía del mundo sin rasguñarnos y haciéndose la vista gorda. Para que no se quede vacía de contenido podríamos, desde el sitio que uno ocupe, denunciar los actos de xenofobia o intolerancia que sufren, en este caso, los colectivos de inmigrantes por parte de la sociedad receptora. La tolerancia no lo necesita quien proclama la ciudadanía cosmopolita sino quien es maltratado por su condición de extranjero o que profese una religión distinta o tenga una idea política distinta o que tenga una opción sexual diferente. La ciudadanía cosmopolita no puede cosificarse, debe ser activa y denunciar situaciones que vayan contra la condición humana.

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