¿Es la radio un instrumento propio de la gente inculta, “portadora de influencias nefastas y de ideas vulgares”, como escribe Isabel Allende a través de Esteban Trueba, ese personaje maravilloso de “La casa de los espíritus”? Sí y no. Por lo menos en los quince minutos que Demetrio Díaz Souza se dedicaba a hablar en Radio Loreto en la década del 80 del siglo pasado no era lo que se afirma en la novela de la chilena, nacida por accidente en el Perú.

“Discúlpenme si doy la impresión que me gusta meterme en la vida ajena, pero es que a veces no se puede con la estampa, me voy porque hoy me toca”, decía antes de culminar su programa. Segundos antes ya había dicho, como todos los días: “Mañana, un poquito antes o un poquito después, o a la hora del almuerzo traeremos otro caso cualquiera al empezar la tarde”.

Su programa se llamaba “Carta Blanca”. Le bastaba quince minutos vespertinos para levantar a la gente. Eran otros tiempos, es verdad. Volaban otros aires, es cierto. Pero en lo esencial, el periodismo que practicaba Díaz Souza, nunca perderá vigencia. Y es, fundamentalmente, hablar con la gente y para la gente, enfrentarse al poder de manera pícara y seria. Suena a contradicción, sí. Pero esas contradicciones dan sentido a la vida y a la profesión.

Carta Blanca, marcó época. Demetrio Díaz era el compañero insustituible del almuerzo. El postre que no indigesta. Eran esos tiempos donde se prendía la radio -el aparatito usaba pilas, así que los cortes de energía no contaban- y los comensales del hogar ponían atención a lo que emitía ese mueble tan pequeño como necesario.

Aún adolescente a veces me las ingeniaba para después de salir del colegio caminar unos pasos hacia la cuadra dos de la calle Arica y ver cómo don Demetrio iniciaba su programa en esa cabina que imaginaba como sauna. Era tanta la magia que corría luego hasta la cuadra diez de la calle Putumayo y no salía de mi asombro al escuchar a ese mismo personaje emitiendo sus comentarios.

Como era y es previsible a “Carta Blanca” le acusaron de todo. Estuvo a punto de ir a prisión -ya lo habían condenado a dos años y al pago de una reparación civil en Primera Instancia, que la Suprema rectificó- por denunciar a un funcionario de la DREL que tenía la mala costumbre de meter chicas a su oficina donde había instalado una habitación para todos sus propósitos. El ministro de la época, un señor Arróspide, ordenó la persecución judicial. ¿Parece historia repetida, verdad?

Cuando converso con él para escribir estas líneas, noto que su timbre de voz no ha cambiado. Su espíritu rebelde, menos. Hoy, creo notar en sus palabras, la nostalgia que dan los años. Se inició en Radio Atlántida -llamada “La fabulosa”, ya desaparecida- y a los seis meses “me botaron”, dice, por meterse con los intereses de una empresa que ofreció por su despido el doble de los ingresos que él aportaba. Muchos años después, el mismo dueño de la emisora seguía repitiendo la frase: “Demetrio, yo no te he botado, ha sido fulano de tal”. Curiosamente, luego de 50 años en los medios, cuatro de ellos en la televisión, ese mismo personaje determinó su salida definitiva del aire. “No es necesario mencionar su nombre”, me dice, ratificando que los buenos periodistas son también buenos seres humanos.

Hoy, cada vez que sus amigos pueden y él también, se pasea por las calles de Iquitos contando sus experiencias. Los jóvenes, ni siquiera los que pretenden ser periodistas, conocen lo que ha hecho por la radiodifusión Demetrio. Lo que ha hecho por la libertad de expresión. Y poner a la radio más cerca de la gente.

Por ejemplo, sus alegorías en los días de la huelga gigante de los maestros en los años finales de la década del 70 son memorables. Con analogías sencillas y dichas como quien conversa con un vecino en la calle explicaba la justicia de la causa magisterial. Tanto así que un niño las entendía perfectamente. Hablaba, en los años siguientes, sobre el negociado del reasfaltado de las calles que un alcalde aprista hizo desde la Municipalidad Provincial de Maynas. Fustigó, como sólo él sabía hacerlo, al entonces presidente de la Cordelor, Juan Pinedo Nájar, cuya gestión había contratado la construcción de 100 mil carpetas y cuyo proveedor las hizo con triplay, para variar. “O el ingeniero Juan Pinedo Nájar es un ladrón o un tonto” llegó a decir en su tono despiadado provocando la molestia de los acciopopulistas. ¿Parece historia repetida, verdad?

Como buen periodista ha paseado su voz por diversas emisoras. Habiéndose iniciado en Radio Atlántida, pasó por Amazonas que maneja su compadre Teddy Bendayán, quien también prescindió de sus servicios de manera abrupta. Habló en Eco, Loreto, en la frecuencia AM donde pasó los mejores años de su vida radial. Al menos eso creo. Porque fue en la cabina de Loreto que le descubrí en mis años juveniles y desde entonces no he podido sacarme de la mente su pasión, su jovialidad, su didáctica, su pedagogía. Su enfrentamiento a lo establecido, que está resumida en la frase con la que terminaba su espacio de quince minutos. Y que, como homenaje, arbitrariamente he tomado “prestado” para comunicar lo que pienso en estos tiempos de post. Que, también, es una contradicción a las afirmaciones hechas en una de sus obras por esa novelista maravillosa llamada Isabel Allende.