Percy Vílchez Vela
Desde antes de la salida del sol, y mientras cantan los gallos en las huertas, un hombre activo y dinámico inicia sus labores de albañil en el colegio Lemgo Alemania. Vestido con overol de constructor civil, provisto de paleta removedora hurga en las bolsas de cemento y arena para hacer una buena mezcla. No quiere que nadie le ayude, pues está seguro que él, el mismo, es suficiente para terminar esa obra. Después de que tiene la mezcla inicia el levantamiento de paredes, tarrajea el frontis de dicho colegio y luego se mete a terminar los baños. En todo ese tiempo, el albañil de último momento no quiere que nadie le interrumpa. Y echa a patadas a cualquiera de sus asesores que vienen a querer hacerle firmar algún papel o se esconde cuando se presentan algunos manifestantes protestando por algo. El lector ya habrá sospechado que el albañil de ultima hora en realidad es el gobernador Fernando Meléndez.
El referido, de pronto, dejo de creer en la labor de constructores, en el trabajo de los empresarios que se encargaban de hacer las distintas obras. Los clamorosos retrasos en el colegio Lemgo Alemania colmaron el vaso de su paciencia. Cuando declaró a la prensa que el mismo iba a terminar ese centro educativo, no pensaba dedicarse a la albañilería, abandonando a su suerte la marcha de la región. Pero durante días con sus noches pensó que en ninguna parte había alguien digno de su confianza, de manera que decidió emplear sus propias manos para acabar con ese colegio En un principio, el gobernador se sentía tan bien con ese trabajo que soñó con hacer las demás obras que había planificado su gobierno.
Era cuestión de que le dedicara todo su tiempo a levantar otros colegios, postas médicas y hasta pistas. El era la garantía de que las obras no se iban a retrasar ni interrumpir. Era la garantía de que esas obras no iban a tener desperfectos. Era la garantía de que se iban a terminar en el tiempo exacto. Todo marchaba sobre ruedas cuando una mañana el gobernador se dio cuenta que la obra no avanzaba. En efecto, pese a sus esfuerzos denodados, a su trabajar de largo renunciando al almuerzo y a la siesta, sintió que la obra estaba detenida. Es increíble que tanto esfuerzo, tanto sacrificio, no rindiera los frutos esperados. La obra del colegio Lemgo Alemania no avanzó un centímetro y el gobernador se convirtió entonces en un albañil eterno que dedico todos los días de su vida a construir esa obra.