“Hay golpes en la vida, tan fuertes…” – reviviría con ese ímpetu, emergida supongo del corazón o de algún rincón en el horizonte del alma mía fugitiva; con una pizca íntima de lastima propia tras las batallas (personales) perdidas y las dejadas a medio vivir, cada palabra valiosa en los versos universales de este “Los heraldos negros”, esperando seguir en la lucha con un Vallejo de soporte – “¡Yo no sé!”
Pues, el hombre solo logra descubrirse y describirse cuando las fuerzas del universo le hacen frente, cuando las decisiones suyas le otorgan cachetadas de ida y vuelta, cuando la falsedad se presente como un espejo para mostrarle lo paupérrimo de su fugaz vida, cuando una nueva aventura le pone la piel de gallina, cuando y cuanto otro súbito hecho le devuelva sus infortunios. Quizá, ese descubrimiento sea incompleto, incluso, a un paso del letargo eterno.
Además, uno siente muchas veces ser sincero [y lo demuestra] haciendo un buen trabajo, coherente, responsable e impecable; pero las puertas del mundo cuando en un instante se nos cierran ya no hay vuelta atrás para lamentaciones o nuevos intentos innecesarios. Solo queda en esos casos emprender con nuevos aires el siguiente plan con mayor madurez.
En esta semana, un compatriota peruano ha vivido como nunca ese instante de ver apagarse un sueño de toda la vida en la oportunidad más cercana y tal vez única de cumplirlo. Paolo Guerrero, ha logrado como ningún otro peruano ganarse el cariño y respaldo de la mayoría o quien sabe todos sus compatriotas. Ser goleador histórico de nuestra selección no es algo minúsculo, tampoco lo único que le ha permitido ser un referente dentro y fuera del campo de futbol. Lograr liderar proactivamente un equipo de jóvenes talentosos como amerita la condición y entusiastas por llevar de vuelta a nuestro país a un mundial después de 36 años no le ha sido fácil, pero lo hizo, muestra de eso es nuestro regreso triunfal a la liga mayor del futbol.
Nos parece injusta la decisión que perjudica su carrera, porque, tumbar el sueño – desvalido con los meses – de un joven que ha entregado lo mejor de sí para alegrar el espíritu “escéptico” de los peruanos en tiempos de engaño universal parece no encajar en el itinerario de nuestras costumbres y pensamientos.
En mi caso, solo podría vivir en carne propia el estado actual del capitán si en el mundo queda prohibido la reproducción de libros y los ya existentes sean quemados evitando a un soñador como yo seguir ese trecho. Que se considere la lectura como un delito imperdonable. Que escribir se tilde de pecado mortal y el infierno sea lo único que le espere a quien se le ocurra ilustrarnos con el arte de culturizar a través de la palabra. Que pensar críticamente no sea una opción para vivir y desarrollarse como sociedad.
Ante ese mundo al revés solo me quedaría afrontarlo segundo a segundo y si ya en mis últimos días no lo erradico, espero haber inspirado a otro de continuar con la lucha de un mejor destino.
Es decir, lo que importa de los triunfos y las derrotas es aprender de ellos para romper nuevos récords, con lo primero y esperar sufrir menos, con lo segundo. Al igual que Guerrero si uno logra inspirar con su trabajo quizá haya alcanzado la primera realización personal.