Siempre es una relación tensa. Nada fácil. Tiene muchas aristas y nudos emocionales. Quiere lo mejor para uno y no pregunta qué es lo que muchas veces quieres. Hay muchas brechas en esta relación como las generacionales, maneras de vivir y de mirar las situaciones. Las perspectivas no son las mismas y hay derivas diferentes. Todas estas ideas se me venían al tutumo cuando repasaba la obra de Franz Kafka “Cartas a mi padre”, dicen que la escribió de un solo tirón y tuvo él dudas para publicarlo, quizás por la carga de dinamita que llevaba. El escritor checo que escribía en alemán hace una suerte de revisión de cuentas sobre la relación con su padre y lo que ha significado para él. A ratos es dura, áspera. Lo que pide él, entre otras cosas, es que no se inmiscuya en sus decisiones y su vida. Se acuerda de los regaños. Hay reproches, sí, duros reproches de un hijo a su padre. Como que él se opuso a su matrimonio, sabiendo que Kafka en la vida real tenía alergia al matrimonio y a los hijos porque decía que eso le restaba tiempo para la literatura. Es más, para muchos el padre que es cincelado en la obra dicen que es la padre de Kafka pero al cotejar su vida difiere mucho de él ¿es un padre ficticio? Donde el añade cosas a situaciones personales. Me inclino a esta última, es un padre imaginario que pueden ser todos los padres del mundo. El padre retratado funciona en la ficción, tiene gran verosimilitud con uno cualquiera y es monstruosamente real. Me recordaba por la temática a la obra de Philip Roth “Patrimonio” que habla también sobre su padre. Pero el de Kafka se aleja de ser una biografía. Es un padre ficticio que tiene una gran pata en la realidad. Me parece que quienes son padres o quieren serlo como parte de la educación sentimental sería oportuno que pudieran leer esta carta de Kafka, sus relaciones con sus hijos e hijas pudieran mejorar. No serían tan ogros.
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