Además, si de algo sirve los encuentros internacionales sobre periodismo a los que uno acude es para reafirmar la vocación y el sentido del oficio. Y este tema del ADN y todos sus matices me hace recordar a Lidya Cacho, esa extraordinaria periodista mexicana que, entre otras valentías, tuvo que vestirse como puta para desbaratar una banda de trata de personas donde estaban comprometidos los personajes “más influyentes y poderosos” de ese país y que tuvo que pasar cárcel para revelar la verdad. Así que lo nuestro es una gota de agua en ese mar de atropellos y silencios a los que los poderosos nos quieren someter.
La mayoría de “colegas”, entre comillas, han callado el tremendo tema que reventó en nuestras narices el 14 de octubre cuando se intervino a Jorge Luis Cabrera Salvatierra, hermano de Jorge Rolando Cabrera Salvatierra, por el presunto delito de Trata de Personas. ¿No me digan que es intrascendente que se tenga por más de diez horas en un puesto policial al hermano del empresario que mayor facturación emite por obras públicas en Loreto acusado del delito de Trata de Personas que es, después del narcotráfico y comercialización de armas, uno de los más lucrativos del planeta? Sólo una pequeña analogía, bajo un supuesto negado: si detienen al hermano del constructor José Graña en un hotel de Lima con menores de edad llevadas a un lugar por una tratante de personas, ¿se obviará poner en la nota la identidad del hermano? La respuesta es obvia. Como obvio es que desde ese momento Cabrera Salvatierra ha emprendido una campaña en contra de este articulista, a su estilo, con la ayuda del poder que le da su dinero y su formación. No es el primero ni será el último, para variar. A veces, los periodistas somos una especie de boxeadores que debemos enfrentar a un rival que manda golpes bajos, cuenta con la ayuda del árbitro y, como si todo eso fuera poco, tiene asustado a los miembros del jurado. Pero aún con esas adversidades, hay que dar la batalla.
Por lo menos media docena de “periodistas”, entre comillas, han preferido soplar al viento y refugiarse en aquello “no es de interés público” para obviar el drama que vive –y quizás vivirá- Zenaida Dávila Torres, esa madre que tuvo que acudir al Poder Judicial para que le reconozcan los derechos de su hija. Antes que se publicara en Pro & Contra, esa información estuvo en por lo menos una redacción. Cuando en este diario nos enteramos de ese drama, hicimos lo de siempre: consultar fuentes, entrevistar a los protagonistas, conversar con los que tienen que ver con el tema. Y, también, consultamos periodistas, abogados y más. Al publicar la nota sabíamos (¿sabemos?) a quién o quiénes estamos enfrentando. Pero el deseo de justicia de la madre y la demora en la decisión del Poder Judicial reclamaba que se haga público el caso. Y valió la pena. Porque a los pocos días de la cobertura el Juez emitió la resolución que el ADN obligaba. Es a nuestro criterio una resolución incompleta. Pero ahí no terminaba la cosa. Porque el empresario nunca va olvidar (¿perdonar?) que se lo haya expuesto en toda su magnitud. Es decir, negar la paternidad, solicitar el ADN y admitir por orden judicial ser padre de una niña. Y, nuevamente, emprendió lo que su adn manda: rebuscar archivos y difundirlos agazapado a través de otros, contratados indirectamente por él. Que siga en eso. Reiteramos: nosotros seguiremos en lo nuestro, el periodismo.
Entre esa madre al borde de la enajenación por la hija negada y la zaga del ciudadano millonario en monedas llamado Jorge Cabrera Salvatierra he preferido, por vocación y convicción, defender periodísticamente lo primero. Y nunca me arrepentiré. Nunca. Que me amenacen de muerte, si quieren. Que me maten, si eso les da tranquilidad. Total, si llegan a perpetrar sus amenazas, solo adelantarán por unos años lo que es la consecuencia lógica de la vida, es decir la muerte. Con esto quiero decir que el susodicho es capaz de cualquier cosa, de financiar campañas políticas y luego reclamar derechos que nunca adquirió. Bueno, bueno, piensen ustedes de lo que sería capaz una persona que aún con el ADN positivo no es capaz de asumir su responsabilidad. Así que quienes están de su lado sabrán de quién estamos hablando. Yo, por lo menos en estos temas, soy intransigente. Además, si de algo sirve los encuentros internacionales sobre periodismo a los que uno acude es para reafirmar la vocación y el sentido del oficio. Y este tema del ADN y todos sus matices me hace recordar a Lidya Cacho, esa extraordinaria periodista mexicana que, entre otras valentías, tuvo que vestirse como puta para desbaratar una banda de trata de personas donde estaban comprometidos los personajes “más influyentes y poderosos” de ese país y que tuvo que pasar cárcel para revelar la verdad. Así que lo nuestro es una gota de agua en ese mar de atropellos y silencios a los que los poderosos nos quieren someter.
Más de un colega me ha confiado que este empresario ha enviado al mismo emisario de siempre para que me “destrocen” en sus respectivos programas. A raíz de los últimos acontecimientos debo presumir que varios han aceptado, otros no. Inclusive los que conducen programas de farándula –a quienes se los podría acusar de pusilánimes- han dicho que no. A ambos se los entiende, se los comprende. Aún antes de dedicarme en cuerpo y alma a esta profesión la vida me ha acostumbrado a nadar contra la corriente. Así que esos métodos no son novedosos, simplemente ha cambiado la forma.
Si me preguntan si siento temor por lo que pueda hacer Jorge Rolando Cabrera Salvatierra contra mi familia y contra mí, no negaré que sí. Alguito. Por los míos, más que por mí. La fortaleza, sin embargo, es la verdad. Nuestra verdad. Todo lo que se ha escrito sobre este empresario que financia campañas de políticos nacionales y regionales es la purita verdad. Las hemos evaluado con microscopio. Con esa verdad no tememos, aunque sí podemos ofender. Ofender a quien cree que el dinero le da licencia para hacer lo que quiera y colocar bajo sus presiones a todo aquel que está a su alrededor. Y le da licencia para hacer malas obras, burlarse de sus obreros y creer que la vida es una mala mezcla de arena con cemento.
Así que, nuevamente, Jorge Rolando Cabrera Salvatierra siga en lo suyo, engendrando seres que niega y que el juez obliga a reconocerlos. Financiando búsquedas de videos y fotos que cree me quitan el sueño, cuando todo no es más que un refrito que alimenta las pasiones de quienes se consideran mis enemigos cuando en verdad no tengo tiempo para esas precariedades.
Se entenderá que no es cómodo enfrentarse al mayor empresario de la construcción de Iquitos. Pero se entenderá también que, contrariamente a lo que muchos piensan, el poder no sólo está en las oficinas de las autoridades políticas, sino en los escritorios y las gavetas de los empresarios que jalan el cajón para dar dinero y someter a los que ocupan cargos en las entidades que manejan presupuestos que luego retornan a esos cajones.
Por eso he tomado prestado el título de uno de los capítulos del libro “El legado de Mandela – 15 enseñanzas sobre la vida, el amor y el valor”, escrita por Richard Stengel, donde ese majestuoso líder sudafricano afirma que “no se nace valiente, todo radica en cómo se reacciona ante las diferentes situaciones”. Entonces, el coraje no es la ausencia de miedo sino cómo una reacción ante situaciones de riesgo. Y el enfrentarse a este empresario es una situación de alto riesgo, no exagero si digo que mi propia vida corre peligro. Pero prefiero ese riesgo a ser parte de la injusticia y ser comparsa de un individuo que tiene varios millones en sus cuentas bancarias pero que tiene en la miseria humana un lugar reservado para su diminuto cuerpo.
Además, este es un caso de escándalo internacional que los periodistas, deberíamos pelearnos por abordar porque es el hilo de la madeja de un sistema que, además de insensible, ha demostrado ser bien pendeja. No sólo eso.
Entre esa madre al borde de la enajenación por la hija negada y la zaga del ciudadano millonario en monedas llamado Jorge Cabrera Salvatierra he preferido, por vocación y convicción, defender periodísticamente lo primero. Y nunca me arrepentiré. Nunca. Que me amenacen de muerte, si quieren. Que me maten, si eso les da tranquilidad. Total, si llegan a perpetrar sus amenazas, solo adelantarán por unos años lo que es la consecuencia lógica de la vida, es decir la muerte.