Por: Gerald Rodríguez. N
Pues me he de sumar a la larga lista de los que escribieron diciendo adiós, a Oswaldo Reynoso, y formar parte de la larga lista de pateros que dirá que también lo conocí. Y es que diré que no lo conocí cuando llegó hasta Iquitos, en algunas veces por los años 2006, sino que lo conocí cuando llegué a San Marcos, por casualidad de la vida, en busca de una maestría, pero más en busca de aquellos dinosaurios que me habrían de convencer que el escribir siempre será lo mío. Y es que escapándome de las clases de una maestría que no tenía nada que ver con mi vocación literaria, corría a la facultada de letras para asistir a los seminarios y cursos que algunos docentes-escritores dictaban. Y es que de ese modo di con algunos escritores, más nunca con Oswaldo Reynoso. Con él di por casualidad en la librería del Jirón Amazonas. Resulta que el tío, con su corona de pelo blanco, sus lentes de vidrio doble y su espíritu juvenil, estaba invitado por la asociación de libreros para que presentase su último libro, y que no pude comprar porque suele pasar que no haya veinte lucas a veces en el bolsillo. Y me quedé a escucharlo hasta el último, y hasta que pude acercarme a él, no para compararle el libro, sino para felicitarlo. Luego me invitó un café, y me invitó a escribir toda mi vida. Habíamos hablado de muchos libros y del sueño que tenía que era el de ser escritor. No sabía cómo decirle que tenía un libro de cuentos, y que quería que me leyera, hasta que la gran pregunta, aquella magia que solo por un instante aparece cuando estás frente a un grande, te suele suceder, apareció, y me preguntó si es que ya tenía algún libro escrito. Pues no tuve mayor ocasión que haber le hecho leer la propuesta joven que tenía sobre el cuento, no solo amazónico, sino peruano. Leyó lo que tenía, hizo sugerencias.
Después de haber publicado mi primer libro de cuento, y en la primera oportunidad que tuve, fui hasta San Marcos y le llevé el libro que había corregido, de la cual yo creía que ya no se acordaría, pues cuando lo vio, recordó la misma charla que habíamos tenido hacía dos años, con la misma lucidez que pronunciaba mi nombre, recordándole a un actor, a un poeta y a un escritor norteamericano, y para él los tres eran sus favoritos. Me enseñó que no solo los inocentes queremos ser escritores, y que el camino nos será la misma ruta de un escarabajo, sin esperar que en este oficio existan milagros, porque el escritor solo debe confiar en el milagro del alma y del corazón. Hoy por hoy puedo decir que el mejor goce de la piel ha sido recordar cada palabra con que enfrentó mis demonios literarios. Pues ahora, los tantos maricas que te odiaron y que dijeron que tu literaturita era mala y que no alcanzaba la talla de Mario Vargas Llosa, escriben sobre ti como tus iluminados, hipócritas, asesinos de la cultura por ganarse un espacio en las pequeñas elites literarias absurdas y sarnosas. Pues lo milagros nunca existe, como la argolla, para ser un marica, un maestro, un marxista, y buen escritor urbanista.