Por: Moisés Panduro Coral
Las encuestas dicen que tiene 5% de intención de voto. Inclusive, las últimas difundidas con un boato publicitario pocas veces visto le otorgan sólo 4%, cifra que hace salivar a los opinólogos contratados exprofesamente para orientar el voto, quienes en el clímax de su felicidad, proclaman, como ya lo han hecho en otras oportunidades, que ese porcentaje le sitúa debajo de la valla. Mientras este orgasmo celestínico se produce en sets, cabinas y titulares, el candidato “virtualmente extinto” es aplaudido y vivado en los mítines multitudinarios que preside diariamente en diferentes lugares.
Algunos dirán que los mítines multitudinarios no son indicadores de la aceptación popular, lo cual es una verdad a medias. Los mítines no lo son todo en una campaña electoral, es cierto, porque hay otros frentes como las redes sociales, los medios y la publicidad, los debates, pero las multitudes reunidas, los vítores, las aclamaciones, los eslogans que se agitan, son manifestaciones de una identificación electoral y de un compromiso de voto, mejor si se expresa sin dádivas, ni coerciones. Paradójicamente, la mayoría de los que sostienen que el número de asistentes a un mitin no es una señal valedera de aceptación, son defensores y promotores de aquellos que se mueren por tener mítines a plaza llena, aunque no logran reunir ni cuatro gatos, a pesar de las profusas ayudas y referencias mediáticas que reciben.
Cuando la desacreditación no funciona por ese lado, los adversarios de Alan arguyen otras aserciones más cómodas. Por ejemplo: que las imágenes de sus mítines masivos que se difunden en redes sociales, son fotografías antiguas, o en todo caso, han sido trucadas. “Puedo poner un ovni allí en medio de la gente”, dicen. Su razonamiento es primario: Es imposible que Alan reuna esa cantidad de gente, por lo tanto, ésa no es su gente, lo que vemos es una imagen de él sembrada en la fotografía, en ademán de dirigirse a la masa. Para reírse, ¿verdad?, pero ése es un argumento muy leído en estos días.
Y si, por fin, aceptan de que esas muchedumbres son reales, actuales y superan, de lejos, el 4,3% de los encuestazos con los que quieren liquidarlo, recurren a cuestionar lo que hace Alan en el estrado. “Cómo es posible que se tome un vaso de cerveza delante del público”, comentan con tono de hipocresía digno de la moraleja aquella de la zorra y las uvas verdes. Cuántos de estos hipocritones que se la dan de santurrones si se trata de denigrar a Alan, chupan a morir, en rueda, sentados en cajas de cerveza, a vereda plena, hasta empinar el codo. Cuántos de ellos, ni se inmutan, cuando en horario estelar, los auspiciadores de sus programas y novelas favoritos, difunden el consumo masivo de cerveza.
Los más mojigatos van más allá. Alan está “traicionando a sus principios, porque en lugar de cantar la ‘Marsellesa Aprista’, se pone a bailar ‘Vivir mi vida’ de Marc Anthony”, afirman en tono formal y acusativo. Son los mismos que si Alan cantaría la “Marsellesa” al final del mitin, dirían: “ya ven, quiere hacernos apristas a la fuerza” o “no somos apristas para oír su himno”. Son los mismos que no votarán por Alan, cante o no cante la “Marsellesa”. Ahora, si esos pasos de baile -no muy finos- de Alan al ritmo de la letra y la tremenda voz del famoso sonero, lo harían Keiko, PPK, Guzmala, Acuña, Barnechea y hasta Toledo, lo celebrarían. Lo hace Alan, y está mal. Yo no veo contradicción alguna entre cantar mi “Marsellesa Aprista” con el pecho henchido, el fervor al tope y el brazo izquierdo en alto en una asamblea partidaria, y bailar y cantar el poético “voy a escuchar el silencio para encontrar el camino” en un mitin popular. Eso no afecta mis principios, mis valores, ni debería afectar a nadie, excepto a los envidiosos.
¿Quiénes son los desesperados, entonces ? O más bien, ¿quién está desesperando a quien?. La respuesta es obvia: Alan, el “virtualmente extinto” está desesperando a sus adversarios, les vuelve locos, porque éstos saben la falsedad que esconden sus encuestazos.