Con las redes sociales hay una situación que llama la atención, la brevedad. Antes lo que era hegemónico eran los grandes relatos, en Literatura se hablaba de la novela total que ha quedado en una suerte de ideal o ambición de cualquier novelista – a mí siempre se me hace difícil pergeñar una novela total de la floresta en ámbito de tantos universos tan disímiles. En el Derecho se hablaba de Tratados voluminosos (muchas veces ilegibles), hoy lo dominante son artículos de un tema o un segmento del Derecho pero hablar de Tratados puede sonar a un supremo anacronismo. No se puede contar todo aunque sí, al menos, una parte de ella. Recordar que la desacralización del gran relato conlleva, implícitamente, la máxima que dios ha muerto. Por eso algunos delinean que estos nuevos tiempos son de un milenio huérfano, desnortado o de vuelta a la ortodoxia para agarrarse a esta como un clavo ardiendo. Es que la muerte del gran relato ha traído las narraciones de un segmento de la realidad y en algunos casos, en estos tiempos acuosos, esas descripciones cortas. El escritor argentino Jorge Luis Borges abogaba por los cuentos largos o novelas cortas como las historias de la novelista belga Amélie Nothomb. Pero los relatos breves en las redes sociales pasan a ser cinco líneas, o menos, de un párrafo (y en algunos casos 140 caracteres) y pasan a ser virales, de acuerdo a la metalengua actual. Lo que abundan en esos espacios son esas personas cuelgan que “píldoras” atufadas de autoayuda y tienen un número increíble de lectores, es señal de los tiempos. Sí uno bucea en ellas es solo una masa edulcorada de filosofía deshuesada. Están rellenas de banalidad. Son estos tiempos que me hacen huir a las páginas del silencioso Baruch Spinoza.