La discordia de los alcaldes
En la torcida tradición de nuestros desencuentros y divorcios, nuestros vacíos y abismos, destaca el cambio de gestión, la entrega del cargo al otro, que hasta puede ser un rival político. No hay nada nuevo bajo el sol, como expresa el dicho latino. Ello se agrava cuando el que entra al poder hace todo lo posible por acabar con lo hecho por el que se fue. El viejo mal ha vuelto como una desdichada estación hoy que estamos cercanos al cambio de gobiernos locales y regionales. El caso más notable, como es de suponer, es lo que viene ocurriendo en Maynas entre el alcalde saliente y el alcalde entrante.
En el sencillo y burocrático hecho de realizar la transferencia de las funciones ediles, en esa permuta de cargos y puestos, ambos no se pusieron de acuerdo. El burgomaestre entrante, el señor Charles Zevallos, hasta acusa al saliente, señor Salomón Abensur, de actuar maliciosamente en su contra. Todo parece un asunto trivial, un lío sin importante, una desavenencia nada grave. Las cosas se pueden arreglar, porque hablando se entienden hasta lo burros. Pero no. La procesión va por dentro de la actual discordia consistorial. Revela ese espíritu de inquina, de rencor oculto o no, de frecuente ansía de acabar con el otro, el innombrable adversario.
Ese ser infernal. Si estuviéramos en el pasado no tan remoto, cuando prefectos y alcaldes de estas tierras se declaraban cruda guerra armada contando con fuerzas de ejércitos contratados, algo así como sicarios, Zevallos y Abensur ya estarían en plena contienda de las armas. Un bando contra el otro bando. Por fortuna los tiempos cambian y no habrá efusión de sangre, como decía Borges. ¿Pero debido a qué desventura los votantes tenemos que sufrir los desacuerdos entres dos señores de la política?