En ligera canoa y remando como un condenado, el señor Epifanio Flores huye en estos días por los vericuetos de un río desconocido. En su precipitada fuga no mira hacia atrás, no atraca en ninguna parte y está dispuesto a arrojarse al agua si es que los que le persiguen se acercan demasiado. Desde hace meses,  el antiguo funcionario que trabajaba en Requena huye despavoridamente. De improviso tomó esa decisión porque un grupo de hombres y mujeres decidió sacarle a la mala no solo de su puesto sino de la misma ciudad. En un principio Epifanio Flores,   defendido a capa y espada por Fernando Meléndez, pensó esquivar la protesta en su contra con alguna jugarreta. Pero nada pudo hacer para defender su puesto, pues sus opositores estaban desatados y dispuestos a todo para derrocarle.

Fue así que una clara mañana, armados con palos y botellas rotas, esos opositores arribaron hasta la puerta donde trabajaba Epifanio Flores y le sacaron a la fuerza, le dieron su tunda, le embarcaron en la ligera canoa y le advirtieron que no le querían  ver ni en pintura. Epifanio Flores navegó durante unas horas por el Ucayali y quiso volver a Requena, pero entonces cayó en cuenta que varias canoas le perseguían desde cerca.  En esas canoas iban los que estaban decididos a alejar para siempre a Epifanio Flores de Requena. Estos, armados de pistolas, comenzaron a hacer fuego contra el perseguido.  Ante esos ataques el fugitivo no tuvo más remedio que ponerse a remar con ímpetu de suicida.

Y siguió remando sin parar durante horas hasta que logró alejarse de sus perseguidores. Ese fue el momento en que decidió viajar siempre sin atracar en parte alguna, para huir de los que querían arrebatarle la vida. El destino de Epifanio Flores está ahora atrapado por la partida incesante, por el viaje perpetuo, para salvar su pellejo.