El estío madrileño nos hace correr a buscar el fresco entre las montañas. Algo de eso hicimos. Muy ligeros de equipaje fuimos tras las huellas del poeta Antonio Machado a Soria, casi a tres horas de Madrid en autobús y por tren en un tiempo parecido. Recuerdo que con los rastros del poeta sevillano nos topamos en los viajes a Baeza, Segovia y ahora en Soria. Hace poco estuvimos en Segovia y la visita por la casa donde moraba el poeta era casi obligatoria. Como decía Machado hicimos camino al andar. Soria me ha impresionado gratamente. Es un ciudad que está rodeaba de bosque y el bosque no está peleada con la ciudad como si sucede en el condado literario de Isla Grande, la ciudad está reñida con el bosque y con el río. Además, Soria es una ciudad, al menos en los días que hemos estado con Fofó, en que la contaminación sonora está bajo mínimos (apenas, y con excepciones, se escucha la bocina de un carro). En el hotel donde dejamos nuestros bártulos de viaje estaba rodeado de árboles y por las mañanas veías entre las ramas andar a las ardillas. Era solaz. Me levantaba muy temprano para leer un libro de relatos que llevaba en el talego, “Tierra desacostumbrada” de Jhumpa Lahiri, una gran narradora india- norteamericana. Sacando rédito al buen ocio. Y el Ayuntamiento, en una gran iniciativa, ha implementado senderos por el bosque y el paseo se hace mejor, en plena comunión con la naturaleza. Caminando desde el hotel al centro de la cuidad demorábamos diez minutos bajo la sombra de los árboles y el frescor del clima. Casi a la mano teníamos al río Duero, como amazónico de ancestros estaba feliz, existe esa comunión secreta entre el río y las personas de la cual salen historias y mitos. Y en esos primeros pasos para hurgar la ciudad nos encontramos con el Olmo viejo de Machado, que se ha convertido en un lugar de culto para estudiantes que van a recitar los versos del poeta Machado y sus propias creaciones. Con esos buenos ánimos con adentramos a la ciudad.