En el Perú ya no se celebran los matrimonios. Hace muchos años, en el lejano 2015, hubo un espectacular asalto a una casa de San Juan de Miraflores. Lo novedoso del hecho es que en ese momento se realizaba la nutrida fiesta de un casorio con todas sus estridencias. La pareja nunca hubiera sospechado que a esa hora y en ese momento la boda se iba a ir al diablo por culpa de los malandrines. Nada pudieron hacer para evitar el hurto masivo y tuvieron que resignarse a no celebrar nada. Los malhechores aguaron todo: el brindis, el bailongo, la anhelada luna de miel. La pareja no se divorció y convivió en cautiverio sin haber festejado hecho tan importante.
Después surgieron otros grupos de bandoleros que solamente atacaban las bodas. En cualquier parte del país, aun en los lugares más pobres y modestos, los amigos de lo ajeno hacían de las suyas y a ese ritmo de atentados contra los matrimonios cundió el temor entre los peruanos que se consideraban aptos para formalizar sus relaciones amorosos. Y poco a poco, como quien no quiere la cosa, nadie propuso matrimonio a nadie. Las parejas, para evitar los asaltos, no celebran nada y se dedican a convivir simplemente sin la necesidad de un documento sellado que les ate de por vida.
Es bastante curioso pero la ausencia de matrimonio ha hecho que muchas personas decidan vivir juntos a la menor ocasión, pues en cualquier momento pueden picar espuelas debido a que nada les amarra a sus consortes. Desde ese punto de vista, los asaltos a las bodas han incrementado las uniones para favorecer los divorcios. Para evitar ello unos nostálgicos están haciendo bulla para que vuelva el matrimonio. Entre sus propuestas dicen que los casorios deberían ser hechos con fuerte y nutrida vigilancia policial para evitar la perniciosa acción de los bandoleros de las bodas.